Fue en 2009 cuando abrí por primera vez mi cuenta de Twitter. Mi primer mensaje fue un simple «hola». En el segundo, le conté al mundo que estaba preparando una tortilla para cenar. En vista de la falta de éxito, cerré la app y no volví a abrirla hasta meses más tarde. Descubrí entonces todo un mundo de gente enzarzada en las más sorprendentes discusiones. Y me enganché. Twitter fue, en parte, una tabla de salvación pero también un medio para expresar mi opinión y, sobre todo, conocer de cerca las de aquellos con los que, de otra manera, nunca hubiera hablado.
La red, desgraciadamente, es hoy un estercolero tomado por la mala política. En Ibiza tenemos un buen ejemplo de ello. Parte del Gobierno de Vila y sus cargos de confianza pasan más tiempo en Twitter trolleando a la oposición y a quienes no les bailamos el agua que trabajando en sus despachos. Ahí tenemos a Benet, el mamporrero digital número 1 de la ciudad. Mantenerlo nos cuesta al año más de 44.000 euros pero, oye, todo sea porque alguien le haga retuit a los infumables mensajes del alcalde y su troupe.
El problema de esto es que, mientras ellos juegan a ser trascendentes, alguien tiene que gestionar. Así que recurren a consultoras privadas, no vaya a ser que los funcionarios se les solivianten. En Twitter y Facebook se muestran como el ofendidito medio, aquel que lloriquea en redes y apunta como culpables a sus propias víctimas. Alguien debería hacer entender a esta colla de niñatos desconectados de la realidad que el buen gobierno pasa por el máximo respeto a los ciudadanos y a su dinero. Y la falta de eso no te la soluciona ni la mejor consultora del planeta. Ellos sí que son un fake que nos cuesta demasiado caro.