El tema principal del Evangelio que se ha proclamado es la Fe: Fe en Dios, fe en Xto., fe en el Espíritu Santo. Creo en la santa Iglesia católica. Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. Respondió Jesús: si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este moral: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería. Quiere decir el Señor que, si tuviéramos fe, verdaderamente, veríamos auténticos milagros. La razón por la cual en el Evangelio nos habla del don de la fe, se cumpliría lo que nos dice Jesús: «Nada hay imposible para el que tiene fe». Recordemos, p.e., la fe del Patriarca Abraham. Aquel hombre que está dispuesto a sacrificar a su propio hijo Isaac si Dios se lo manda, sabiendo que Dios proveerá, con su poder y con su amor.
Jesús no aprueba ese trato abusivo y arbitrario del amo, sino que se sirve de una realidad muy cotidiana para las gentes que le escuchaban. Lo cierto es que todas las personas siempre estamos en deuda con Dios. Desde nuestra propia existencia hasta la bienaventuranza eterna que se nos promete. Todo procede de Dios como un inmenso regalo. Como dice San Agustín, ¿Qué tienes que no hayas recibido? Todo cuanto hagamos para servir al Señor siempre debemos reconocer que hemos hecho lo que debíamos hacer. Aunque se trate de una pequeña correspondencia a los dones divinos. El depósito sagrado de la fe, contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia. El pueblo cristiano entero, unido a los pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la Eucaristía y la oración. El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendada sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el Obispo de Roma (Catecismo de la Iglesia Católica números 84 y 85). El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del Magisterio se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida. Sin fe no podemos agradar a Dios. Lo primero que debemos hacer para complacerle es creer en El. La fe de Jesucristo se ofrece, pero no se impone. La fe verdadera es atender a las viudas y a los huérfanos, y no contaminarse con este mundo, dice el Apóstol Santiago. Es decir, poner en práctica la Ley del amor. Amémonos unos a otros como Cristo nos ha amado. Creo en Dios, espero en Dios, amo a Dios. ¡Alabado sea Jesucristo!