El supremo cínico Talleyrand sentenció que la traición es una simple cuestión de fechas. Colaboró con todos y traicionó a todos: el Antiguo Régimen, la Revolución, Napoleón y numerosos borbones, pero salvó a Francia con su pericia diplomática en el Congreso de Viena. Además era un gran jugador, mujeriego y gourmet que elevó la cocina gala con su cocinero Careme, el mismo que pasaba por la puerta antes que el zar de Rusia porque la buena mesa no puede esperar.
A Napoleón le dio un consejo: «Con las bayonetas, sire, se puede hacer de todo menos sentarse sobre ellas». El emperador le contestó que era una mierda embutida en media de seda, pero tuvo tiempo para pensar en su consejo mientras le deportaban a Santa Elena.
El presidente Sánchez (lagarto, lagarto) no tiene un consejero de la categoría de Talleyrand, pero se basta él solo para mentir compulsivamente a toda España. Con su nueva cesión a los insaciables nacionalistas (los cuales no mienten con su objetivo de independencia) culmina el insensato proceso que le llevó al poder y alienta el delirio de un nuevo ‘procés', que dividirá todavía más a los catalanes. Y lo hace durmiendo a pierna suelta, con los socios que antes confesó le provocaban insomnio. Cosas del poder absoluto, que corrompe absolutamente, especialmente cuando la traición es una simple cuestión de fechas.
¿Se ha sentado ya la resiliente vedette monclovita sobre la bayoneta? Su comité de expertos lo encuentra harto difícil de diagnosticar, pues resulta un tipo que ni siente ni padece y además va a hombros de los enemigos del Estado. Eso sí, incluso cuando traiciona, es más cursi que un repollo.