El Evangelio nos habla de la Misión de los Apóstoles. Jesús nos dice: el que crea y sea bautizado se salvará, el que no crea será condenado. Para agradar a Dios lo que necesitamos en primer lugar, es creer en El. Alguien puede decir o pensar que no cree en Dios, que es ateo, sin Dios; al menos agnóstico. Esto no impide que Dios no exista. Hay muchos ateos prácticos, personas que viven como si Dios no existiera.
La razón y la fe no son incompatibles. Se complementan. La fe verdadera se manifiesta, en público y en privado, con las buenas obras. Jesucristo exige estar libre de cualquier impedimento que sea obstáculo para predicar el Evangelio.
Jesús escogió a los apóstoles para que estuvieran siempre con él, y enviarlos a predicar de dos en dos. Los Apóstoles eran hombres incondicionales para lograr permanecer con el Señor. «Nosotros lo hemos dejado todo». La cercanía con Jesús todos la podemos vivir con la oración, los sacramentos, y la caridad con el prójimo. Hablar de Jesucristo en nuestras conversaciones, sin respeto humano, con nuestras palabras, también, pero especialmente con nuestra buenas obras propias de una vida cristiana, vida de fe y de amor.
Es una oportunidad, un honor y una dicha acompañar a Jesucristo, estar con Jesucristo. Es cierto que no podemos ver a Cristo físicamente; pero está su presencia eucarística. Cada vez que asistimos a la santa misa, celebramos nuestra fe en Jesús. Renovamos sacramentalmente el Sacrificio de la Cruz, de un modo incruento, por supuesto. Con la santa Misa adoramos, glorificamos, bendecimos y damos gracias a Dios. Fuera de la misa, y además de la misa, podemos estar con el Señor, oculto en el sagrario o expuesto en la custodia. Acompañar en silencio al Señor, hacerle compañía, estar junto a Él, practicamos la fe, la esperanza y amor.