Hay semanas en las que los astros se alinean para repartir en una sola mano varios ases destinados a convertirse en el artículo de opinión perfecto, mientras que otras las musas se van de parranda y desaparecen entre cañas y hierbas ibicencas. Hoy tenía muy claro que quería dar una palmadita a Marie Kondo, esa suerte de gurú internacional que propugnó un método de equilibro para el hogar impersonal e inhumano, y que estos días ha reconocido que claudica a su dictadura del orden tras ser madre por tercera vez y asumir que su salón será ya para siempre un parque temático.
Reconozco que nunca me cayó bien del todo porque, aunque creo en el efecto redentor de airear espacios, reciclar objetos, regalarlos o venderlos, no aferrándonos a ellos, alguien que dice que una casa solo puede albergar cuatro libros no merece mis respetos (sobre todo porque con los que ya he escrito no podría meter en mi hogar ninguno más). Y sí, querida Marie, aunque soy una defensora de la magia del libro electrónico y de la posibilidad de tener cientos de títulos en un solo dispositivo y sin consumir papel, espacio ni tinta, hay obras que merecen decorar nuestras vidas, que sintamos su olor al respirar cada historia y regocijarnos en sus dedicatorias. Porque, estimada Kondo, mi refugio ideal cuenta con una gran biblioteca, trufada de tomos y lomos de todo tipo y, ya que estamos, con una chimenea frente a la que devorarlos, con una habitación para pintar, jardín, piscina y una enorme cocina con isla. Para rozar ese sueño juego al Euromillón todas las semanas y, entre nosotras, si algún día lo alcanzo evocaré la oscuridad de tus ojos y lo cruel que ha sido contigo el destino. Porque la defensora del minimalismo más reaccionario anuncia que se ha rendido al convertirse en madre por tercera vez tras entender que, aunque tener la casa muy mona nos ayude a sentirnos más equilibrados, hay objetos que nos proporcionan felicidad, aunque no sean útiles. Por cierto, que en esta confesión que ha recorrido el globo terráqueo, Marie Kondo ha añadido, además, que su marido no colabora como debiere en las tareas domésticas y que, como cantaba Camilo Sesto, ya no puede más.
Como les decía al principio, andaba yo muy risueña afirmando que ya tenía un tema claro sobre el que explayarme este domingo, cuando mi olfato periodístico se despertó ante la forma del Gobierno de recular sin pudor ni acuerdo, tras defender a capa y espada su cacareada ley del ‘solo sí es sí', que está dejando en la calle y reduciendo condenas a violadores y agresores sexuales en vez de defender a las víctimas. Acto seguido volví a fruncir el ceño al escuchar a la presidenta del Govern Balear anunciando que donde dijo Diego ahora dice Eusebio, y que exigirá el catalán a los pocos médicos y sanitarios que decidan venir a nuestras carísimas Islas. Porque, a ver, seamos sinceros, aunque más de 2.000 personas estén esperando en Ibiza una operación, la mitad de ellos desde hace más de seis meses, y 11.000 una consulta con el especialista, aquí lo que de verdad nos importa es que nos hablen en catalán, claro que sí, con dos ovarios bien puestos. Como aseveraba una monja de mi colegio, hay cabezas que ni pensando juntas suman un cerebro entero, y en esto de recular nuestros políticos son los primeros.
Después, asistí ojiplática a la denuncia de cinco catalanas a un Policía Nacional infiltrado en el movimiento al que pertenecían, una suerte de okupas y anticapitalistas, por supuestos abusos sexuales. Resulta que el agente en cuestión, mimetizado con su papel de «perroflauta» y seduciéndolas con sus cantos antisistema, entabló relaciones «sexoafectivas» con ellas, en el marco de su espionaje, y las pobrecitas, tras descubrir que era un «madero», consideraron que este habría incurrido en un delito de agresión continuada, tortura y violación de su integridad moral.
Miren cómo se unen los hilos de esta madeja: nuestras protagonistas viven en casas sin apenas decoración porque, como no son suyas, tampoco tienen muchos telares que llevar consigo. Seguramente hablan un impecable catalán, puesto que ya sabemos que es más importante su conocimiento y uso que contar con experiencia laboral, másteres y postgrados y, por supuesto, ellas, las feministas de verdad, porque el resto, las que no comulgamos con sus arengas somos de segunda, defienden que solo el sexo es consentido y todo lo demás es delito, cuando el «tiarrón» con el que se acuestan una tras otra no es un «fachorro» disfrazado de cachorro anarquista. En esencia, que al final he tenido que decir un adéu a Marie Kondo y a su rectitud imposible, respirar, reírme de esta sociedad de pazguatos en la que pasamos los días y recordar sonriendo todas las veces en las que algún gilipollas nos habrá mentido, a mí y a ustedes, diciéndonos que nos querría para siempre y que comulgaba con nuestros ideales humanistas, y cómo podríamos habernos vengado de sus injurias denunciándolo ante los juzgados. Las mentiras tienen muchos disfraces, pero los tontos, al final, comparten careta. Voy a ver si me pongo a escribir mi quinto libro y sigo llenando de magia al menos esta estantería.