Compruebo en las noches de farra invernal que entre los indígenas pitiusos hay cierto hartazgo de bakalao electrónico, incluso de esa anestesia mental que llaman chill out. Tal empacho es de lo más natural ante la tan incomprensible como larga dictadura de los pinchadiscos de música robótica, incluso en chiringuitos y hoteles que pretenden estar de moda, pero solo resultan aptos para mesas de clubbers en las que no existe la conversación más allá del móvil.
Para escapar de la plana dictadura robótica no solo necesitamos más Haydn y Mozart, como bien escribe el tenor Juan Carlos Rodríguez Tur; también rock&roll, y boleros y salsa y samba…que elevan la sensualidad danzante e invitan al cortejo vital Si el estado de ánimo es un ritmo, tal y como opinaban esos maestros del ocio que eran los antiguos griegos, anhelamos buena música para elevarnos sobre los nanotecnólogos de pacotilla, pues todavía somos seres humanos antes que robots, juerguistas romanceros antes que zombis digitales.
La otra noche abandoné un hotel con aspecto de caja de cerillas y clientela modelna (estaba cansado de tener que hablar a gritos ante una comida estándar), y me refugié en el Pereira. ¡Qué magnífico cambio de energía! Y el placer de la música en vivo continuó con la juerga que me corrí en el bar Costa, que echaba el cierre por vacaciones, obligando a muchos nativos a adelantar su ramadán detox. Allí estaba Pepe Gamba, rugiendo como un león del Kalahari con su banda Simple Rock, entre jamones y cuadros de Monreal y un ambientazo auténticamente ibicenco, de gran personalidad y jolgorio báquico, a lo que estábamos acostumbrados antes de la invasión de la hornada electrónica.