El Evangelio de este domingo nos relata la transfiguración del Señor en el monte Tabor. Los tres discípulos predilectos del Señor: Pedro, Juan y Santiago que contemplarán la gran luminosidad de Jesús cuyo rostro resplandecía como el sol y sus vestidos eran blancos como la luz. Se aparecieron Moisés y Elías hablando con el Señor. Pedro tomando la palabra dijo a Jesús: Señor, que bien estamos aquí. Este hecho manifestó la gloria divina que transportó a los Apóstoles a una inmensa felicidad. Una nube los cubrió, y desde la nube se oyó la voz del Padre que decía: este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias, ¡escuchadle!.
En Cristo, Dios habla a todos los hombres; su voz resuena a través de los tiempos por medio de la Iglesia. El testimonio del Padre, expresado por las mismas palabras que en el día del Bautismo, revela a los tres Apóstoles que Jesucristo es el Hijo de Dios. Por la gracia del Espíritu Santo, fue San Pedro quien dijo: este es mi Hijo, el Amado en quien tengo mi complacencia. Ahora es la Iglesia, la que manifiesta la divinidad de Jesucristo: Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. La fe de Jesucristo es la fe del Iglesia católica, apostólica y romana. Dios Padre revela que Jesús, su Hijo predilecto a quien debemos escuchar. Dios nos llama a una vida santa. ¿Porque Jesús se transfiguró ante la presencia de los tres Apóstoles? Porque sabiendo que su muerte iba a escandalizar a sus discípulos, Jesús los previene y los conforta en su fe . No se conforma con anunciarles que había de morir y resucitar al tercer día; sino que quiso que los Apóstoles viendo este acontecimiento de la Transfiguración vieran por un momento la gloria y la majestad que en el cielo tiene su Humanidad santísima.
¡Qué bien estamos aquí! Realmente con Jesús se está muy bien.