No por habitual deja de sorprender que desde el poder político pretendan enseñar ética periodística, amedrentar al informador no afín y decidir qué noticia puede ser publicable o no. Es una intimidación, pero a la periodista Gisela Revelles no la achantan tales mamones de la cosa pública, tampoco los trolls a sueldo o demás aprovechados de las siglas de un partido político.
Que la Asociación de Periodistas de Islas Baleares haya salido en su defensa es un buen síntoma de que todavía se planta cara a los desmanes del poder. Un poder a menudo en manos de mequetrefes totalitarios, que pretenden imponernos una ingeniería social de pulgarcito moral que viaja gratis por el mundo sin mundo alguno. Con tal bagaje proyectan dictar cómo hablar, qué leer, qué pensar, incluso cómo alcanzar el orgasmo de manera solidaria y sostenible. Por supuesto que tales mostrencos –también sus múltiples asesores y cobistas oficiales—, tienen la piel muy fina a la crítica, pues se creen intocables.
El respaldo de la APIB a Gisela deja con el culo al aire a los que la vituperan por osar dar la noticia de una multa de aparcamiento al alcalde de Ibiza, Rafa Ruiz. ¿Que no les gusta cómo escribe Gisela o lo que publica Periódico de Ibiza? Pues que rebatan, que para eso hay libertad de prensa. Y los que están en el poder representan a toda la ciudadanía, que les paga el sueldo los haya votado o no. Por eso nunca ha funcionado eso de vetar a determinados medios, señalar a periodistas y otros modos de vedette, que pueden ser estupendos en las candilejas, pero no sirven cuando se está al frente de un cargo público. Ea, ea, multita y bronquita.