Santi Marí entrega su acta de regidor del Ajuntament de Sant Joan de Labritja cinco meses tarde. Debió hacerlo tan pronto como Tania Marí fue designada candidata a la alcaldía por el comité electoral. Es más, jamás debió forzar una votación en aquel comité, sabiendo que la iba a perder. Nadie en su sano juicio hace algo como eso, que demuestra una puerilidad incompatible con la política. En la entrevista a doble página dominical con que le obsequiaron el mismo día de la presentación de la candidatura del PP de su pueblo, donde Santi Marí pretendía hacer todo el daño posible a Tania y al partido del que, incomprensiblemente, aún forma parte y gracias al que es director insular en el Consell d'Eivissa, a falta de méritos mayores apreciables, quedó claro que no ha asumido que jamás tuvo los apoyos necesarios para suceder a Antoni Marí ‘Carraca'. Creyó que podía ser designado a dedo por la superioridad y que una vez coronado como aspirante a la sucesión, el vulgo se arrodillaría sumisamente, aceptando la decisión. No se molestó en recabar apoyos, concitar complicidades y asegurarse que la junta local le aceptaría como su nuevo líder. Él lo era –o eso pensó él– por derecho propio, se lo había ganado y se lo habían prometido. Pero resultó que no sólo sus compañeros no le querían, sino que estimaron que de ser Santi el candidato, podrían perder las elecciones. ¡En Sant Joan! Si se cree lo que dice en esa doble página dominical que no le dedicaron ni cuando era senador, donde afirma que no puede estar ni un minuto más donde no le quieren, ya está tardando en dejar su puesto en el Consell y entregar el carné del PP. Lo más inteligente sería que analizase por qué no le quieren. Si quiere, un domingo se lo explico en los Borrones, aunque preferiría no tener que hacerlo. Y él seguro que también.
Opinión
Santi Marí: una dimisión tardía
Joan Miquel Perpinyà | Ibiza |