A nuestras espaldas 35 años de camino y muchos lunes al sol. Ella fue la primera persona que me mostró el significado de la palabra amistad y quien me enseñó a cultivarla, a apreciarla y a ensalzarla. Hoy necesitaba escribirle estas letras para abrazarla con palabras. Sé que entiende que este no es mi trabajo, sino mi idioma, y que cuando escribo soy mi «yo» más auténtica, esa que rescató cien veces para que no se perdiera. Merche me retiró con paciencia y con mucho amor las capas de corazas que me cubrían: la de «graciosilla», con ese punto desagradable de quien necesita llamar la atención a cualquier precio, la de rencorosa y la de perezosa. Me enseñó a despegarme el miedo y me quitó muchas mochilas inservibles y poco valiosas cargadas de miedos e inseguridades. Ella ha estado siempre a mi lado, silbando cerca, en cada celebración y en cada caída, atenta a todo para animarme a levantarme o para cogerme de la cintura si no tenía fuerzas para hacerlo sola. Juntas hemos llorado de alegría por cada instante hermoso y de pena con cada pérdida. ¡Qué suerte la mía llamarte y tenerte como mejor amiga!
Merche me enseñó que los celos son malos compañeros y que el amor es libre y crece más cuando se comparte. No solamente respetó que otras personas se sumaran a mi tribu, sino que unimos la suya y la mía, y estos días barruntamos qué nos pondremos en la boda de nuestra Laura, quien fue compañera suya de carrera y de las dos de vida, y qué milongas leeremos juntas en la ceremonia. Ya lo ven, donde otros nos acusaban de «infieles» por ampliar nuestro espectro de amistades y sumar a personas valiosas a nuestros andares, nosotras vimos la oportunidad de seguir aprendiendo de maestros y hacernos hermanas de alma de otras mujeres sensibles y fuertes que hoy pueblan nuestras vidas. ¡Qué ricas somos, Mer, y qué valiosas son todas ellas!
Merche fue la voz gritando a mi lado en mi primer concierto y en el último, la primera persona que me dejó su coche, quien leyó mis poemas adolescentes con interés y respeto y mis libros de adulta con el mismo cariño y pasión. Ella celebró mi cambio de rumbo cuando pasé de ser una bala perdida en el instituto a una aplicada estudiante en la carrera, y se sentó conmigo mil tardes para enseñarme a concentrarme entre lecciones y verbos. Pasamos cientos de sábados patinando, paseando en bici, comiendo bolitas de queso y jugando a las cartas. Devoramos en mi cocina sándwiches de chorizo al microondas y jarras de batidos imposibles y nos grabamos en vídeo destripando aquella guitarra con funda azul con la que volvía del colegio el día en el que nos conocimos y con la que siempre me evoca.
Tomamos nuestras primeras copas juntas, compartimos los secretos de nuestros primeros amores y nos refrendamos en la suerte de los compañeros de vida que hemos escogido. A su lado, recorriendo la cicatriz de su mano y la peca dulce de sus ojos verdes, fui testigo en su boda y ella en la mía y nos dimos los ramos la una a la otra, como siempre habíamos soñado. Su casa y sus brazos fueron mi refugio cuando los lunes se tornaron oscuros y el cáncer se llevó una parte de mis sueños y ahora esa enfermedad que tanto odio se ha atrevido a tocar su cuerpo, amenazando la existencia de una de las estrellas más importantes de mi firmamento. Ella siempre ha estado ahí, atenta pero respetuosa, brillando, pero sin pretender hacerlo, como un hada mágica capaz de detectar mi estado de ánimo para mejorarlo y, por eso, ahora me toca a mí demostrarle cuánto la quiero y recordarle que de esta saldremos una vez más, más fuertes, mejores y de la mano.
Hace tiempo que ando sola, en parte porque ella me enseñó a dar mis primeros pasos para convertirme en la persona que soy, pero su mirada siempre está conmigo. Mer, déjanos que ahora, entre todos, te acariciemos y te cantemos. Prometemos darte tu espacio, hacerte reír y templar tus nervios. Ahora lo que más importa eres tú, y no sabes el ejército que lucha a tu lado: somos muchos, todos los que has amado y salvado en este tiempo, y somos mejores y más fuertes que ese bicho del demonio.
Tengo la certeza de que nos quedan muchos lunes al sol que comernos juntas y que muy pronto estaremos navegando por las aguas de tu Ibiza. Merche, este artículo solo es una carta de amor; mi manera de decirte cuánto te admiro, ahora más si eso era posible, cuánto te quiero y qué falta le haces al mundo. Porque tú eres uno de esos seres que hacen que las cosas sean mejores tan solo con escuchar el color de tu voz y porque no sabes las ganas que tengo de celebrar en Sonorama que este año de mierda ha sido solo un mal concierto.