En un día como hoy, en plena jornada electoral, el título de este artículo adquiere una especial relevancia. No hay nada más democrático que poder elegir a las personas que nos tienen que representar en las diferentes instituciones públicas. Del mismo modo, la posibilidad de participar con el voto, supone ejercer un derecho fundamental recogido en nuestra Constitución. Es por ello que cuanto mayor grado de participación haya en unas elecciones, más se reforzará nuestra democracia.
Pero cabe recordar que en democracia, el significado de la palabra «participación», en ningún caso puede limitarse a votar cuando haya elecciones. Esta palabra tiene un sentido mucho más amplio que eso y en ocasiones, quienes más conscientes deberían ser de ello, parece que lo olvidan y, me refiero en este caso a los políticos que se postulan para representarnos, o a los que ya lo hacen una vez han sido elegidos.
En este sentido, se me vienen a la cabeza dos situaciones, muy reciente una y no tanto la otra. La más reciente se ha producido precisamente en la última semana de esta recién cerrada campaña electoral. En concreto me refiero a lo que debería haber sido un debate televisado, en el que deberían haber participado los máximos representantes y por tanto aspirantes todos y cada uno de ellos, en nombre de sus cuatro partidos, a presidir el Gobierno de España.
Ese supuesto debate a cuatro, quedo reducido a tres, ya que el candidato del PP, el señor Núñez Feijóo, se negó a participar en el mismo. No quiero entrar, ni voy a entrar en analizar los motivos o supuestos razonamientos políticos que pudieran haber servido de base para tomar tal decisión. Pero en lo que sí quiero entrar, es en analizar el fraude que tal renuncia, supone para el conjunto de votantes que en el día de hoy, van a ejercer su derecho al voto, independientemente de cuál pueda ser su preferencia política.
Es muy fácil arengar a un grupo de personas, más o menos numeroso, que pueda asistir a los mítines programados a lo largo de una campaña electoral. En este tipo de actos, se dice lo que cada uno quiere, sin que a nadie se le ocurra ponerlo en duda. Las intervenciones suelen producirse ante un colectivo de personas entregadas, todas ellas seguidoras o directamente votantes declaradas del partido que ha convocado el acto.
Ahora bien, cuando se trata de exponer un programa político de cara a una próxima legislatura, ante el conjunto de la sociedad en general, la cosa cambia sustancialmente. Cuando tienes que enfrentarte en solitario, a quienes van a ser tus principales rivales en la contienda electoral y, dirigiéndote a quienes son simpatizantes tuyos y a quienes no lo son, sin que puedas sentir el aliento constante de los que son tus fieles seguidores; es cuando se puede demostrar la capacidad y valía real de cada uno.
Negarse a participar en un acto de este tipo, supone negar la posibilidad de que hasta en el último rincón de nuestro país, puedan saber qué es lo que uno quiere hacer y como propone hacerlo. Ello hace, que una vez conocido el resultado de la contienda electoral, se pueda poner en duda la tan manida frase que sistemáticamente utiliza el vencedor de «quiero ser el Presidente de todos los españoles». Quién se lo puede creer, si unos días antes te has escondido y te has negado a dar la cara, precisamente ante todos los españoles.
El otro caso al que me refería, también tiene que ver con esconderse y no dar la cara y, por tanto, con la participación; algo tan importante en democracia. Es la infantil reacción que se tiene, cuando algún responsable político se siente atacado o maltratado injustamente por un medio de comunicación; pasando a dejar de participar o colaborar en nada que provenga del citado medio. Esa es la decisión que tomo en su momento el Partido Socialista de la isla de Eivissa, con cualquier cosa que tuviera que ver con el medio de comunicación al que pertenece este Periódico de Ibiza y Formentera.
Poco dice de un representante político, que no sea capaz de enfrentarse a cualquiera que ponga en duda la validez o la honradez de las decisiones que se toman en el desempeño de la función que tiene encomendada. Un político que se precie, tiene que ser capaz de defender a capa y espada sus actos, ante quienes los alaban y ante quienes los critican, ya que el silencio por respuesta, nunca ha sido buena táctica.
Se convence argumentando, se convence debatiendo y se defienden las ideas y las propuestas dando la cara siempre. Incluso en un deporte tan popular como es el futbol, todo el mundo admite y tiene muy claro que cuando la victoria se produce jugando en el campo del rival, ese resultado siempre será más valioso que cuando se produce en campo propio.
Nadie puede pretender representar al conjunto de la sociedad, si solo está dispuesto a participar cuando sopla el viento a favor. Lo difícil es saber salir del barro, cuando este aparece.