Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible!», sentenció ese torero mágico que fue Rafael El Gallo. Y a lo imposible parece que tiene intención de despeñarse el presidente en funciones, agitando de nuevo (¡más madera!) el cocktail molotov de los partidos que proyectan cargarse España.
Por supuesto que la gran coalición de PP y PSOE supondría un paso adelante que pondría algo de orden hasta unas nuevas elecciones, pero para eso es necesario tener políticos con sentido de Estado. El ganador de facto, Feijóo, ya tendió la mano en el debate en que arrasó al balbuceante resiliente y ofreció que gobernase la lista más votada (incluso con esas encuestas tramposas del CIS que le daban perdedor). Hay que ser mostrenco para no haber ido al segundo debate o haber delegado en alguien más allá del melifluo Semper; eso le restó votos al gallego, como siempre pasa cuando los que aspiran al poder se niegan a dar el espectáculo del debate de las ideas en TV.
Pero hay que reconocer que Sánchez, que da repelús a medio ruedo celtibérico, ha logrado más votos de lo esperado cuando se presumía una debacle socialista como hace tres meses. Y pensar que en el encierro inconstitucional más duro fuera de China incluso multaban al que quería darse un baño en el mar, que había que alquilar un perro para darse un paseo, que sube impuestos sin misericordia, que ha gobernado en plan autócrata, que diluye las penas a la malversación (corrupción) e indulta a los golpistas, etcétera. ¿Cómo querrá pasar a la Historia? Si tendiera la mano a Feijóo, podría al menos corregir su deriva delirante. Pero conociendo al sujeto, largo me lo fiais.