Podemos ha anunciado que, tras los catastróficos resultados electorales cosechados por la formación morada en las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, así como en las elecciones generales del 23 de julio, con una brutal pérdida de representación institucional sin parangón desde que vivimos en democracia, se ven en la obligación de cerrar sus delegaciones territoriales y despedir a los trabajadores. Es lo que tiene haber puesto al frente del partido a gente «normal», como ellos los calificaban, pero que realmente era lo peor de cada casa. Gente a la que, por lo general, uno no dejaría las llaves de su coche por insolventes, no fiables y sobre todo, incompetentes en grado sumo. Su demagogia, su arrogancia y su radical incapacidad de aceptar jamás el menor error, acabaron por resultar insufribles a la ciudadanía, incluyendo a su propio electorado. Así, no es que las urnas los descabalgasen del poder, sino que los expulsaron de las instituciones. Desahuciados como vulgares okupas. Hasta hace dos días aún anunciaban que Yolanda Díaz sería la primera presidenta del Gobierno de España. ¡Con más moral que el Alcoyano! Recuerdo el último gran acto electoral celebrado el 17 de mayo en el parque Reina Sofía de Ibiza, donde la estrella invitada era la aún ministra de Igualdad, Irene Montero. Había que estar ciegos para no ver que estaban invitando a un cadáver político a celebrar un mitin con otros cadáveres como ella: Antònia Jover, Gloria Santiago, Fernando Gómez… Podemos es un proyecto político frustrado, no por falta de electorado ni de ideario político, sino por la ineptitud y la arrogancia de sus candidatos, sordos al clamor de la ciudadanía y corderitos con sus socios del PSOE. No lo pudieron hacer peor y aquí está el resultado: su desaparición. En el pecado llevan la penitencia.
¡Brindo por ellos!