Es justo y hermoso que se recuerden las hazañas de los corsarios ibicencos, lobos de mar que ganaron libertad, fortuna y gloria para las Pitiusas. Eran fabulosos marinos que, con medios limitados, pusieron en jaque a los sangrientos piratas berberiscos y escuadras de naciones en ese tiempo enemigas de España, apresando naves de mayor tonelaje y canjeando prisioneros por paisanos que estaban en la esclavitud.
Su bravura era conocida en todo del Mare Nostrum, también su sentido del honor. Pues el honor y el valor existen, pese a tanto mercachifle que pretende reeducarnos en su moral de rebaño digital e igualitario; también la dignidad y la cortesía, en medio de zafarranchos de combate, en la calle diaria y también, cómo no, en la orgía sensual y los ríos de ron.
Siempre he pensado que ese pasado corsario fomentó una particular manera de ver la vida en la isla, también la proverbial tolerancia con los forasters que venían a vivir en paz con sus muy diferentes costumbres. Vive y deja vivir pero no des el coñazo siempre ha sido una máxima pitiusa.
Pero necesitamos de nuevo una inyección de vitalidad corsaria en estos tiempos de éxito turístico. La invasión de una nueva hornada electrónica y mafiosa, muy mal educada, sin respeto por el prójimo; gañanes que hacen negocio con el ocio pensando solo en la recaudación y sin importarles el derecho al descanso del vecindario; barcazas party-boats que atracan en nuestros puertos para luego atronar la costa sin respeto alguno, piratas al volante suicida en carreteras, etcétera. A tanta grosería se le debe poner freno. Si los ayuntamientos resultan incapaces (¿o es negligencia?) de hacer cumplir las ordenanzas de sentido común, entonces el espíritu corsario debe resurgir.