La puntualidad -dijo Bertrand Russell- es una cualidad cuya necesidad está ligada a la cooperación social». Pues bien, cualquiera que, debido a su profesión o a otros motivos no tan serios, esté acostumbrado a frecuentar aeropuertos y sortear controles de seguridad, sabe a ciencia cierta que esta no es la máxima que preside el cotidiano proceder de las compañías aéreas. Todo lo contrario. Lo normal es arribar a la hora indicada para la salida del vuelo y, una vez allí, con tu maleta y tus planes hechos, comprobar que, de nuevo, has sido engañado. Que te has convertido en otra víctima más de la falta de seriedad y el consiguiente menosprecio al que muchas de las compañías condenan a los viajeros.
En unos tiempos en los que, desde Europa y desde Madrid, se desarrollan extensas normativas de protección del consumidor, ya sea de productos o de servicios, como es el caso de los pasajeros de un avión comercial, el sector aéreo sigue disfrutando de unas prerrogativas de difícil entendimiento para aquellos ciudadanos que sufren sus desafortunadas consecuencias. A las pruebas me remito. Los retrasos no son la excepción, sino que suceden de forma habitual, sobre todo en los vuelos de la tarde, que acumulan las demoras de los anteriores.
Cuando esto sucede, el pasajero perjudicado poco puede hacer. Sus derechos se encuentran recogidos en el Reglamento nº 261/2004, del Parlamento Europeo y del Consejo.
En primer lugar, el derecho a la información, que se concreta en que la compañía aérea debe entregarle un impreso donde constan los derechos que le asisten.
En segundo lugar, el derecho de atención, según el cual la compañía debe proporcionarle: comida y bebida suficiente, dos llamadas telefónicas o acceso al correo electrónico, alojamiento en un hotel si es necesario pernoctar y transporte entre el aeropuerto y el lugar de alojamiento. Aunque aquí empiezan los matices, pues sólo gozará de este derecho cuando el retraso en la salida supere las dos horas, con otros límites en los vuelos de mayor distancia.
En tercer lugar, el derecho de reembolso, si el retraso es de cinco horas o más y el pasajero decide no viajar.
Y, por último, el derecho de compensación. Una cantidad de dinero que le abonará la compañía por las molestias causadas. Ahora bien, sólo si el retraso supera las tres horas y no se debe a circunstancias extraordinarias, entre las que se incluyen: condiciones meteorológicas incompatibles con la realización del vuelo, riesgos para la seguridad, deficiencias inesperadas en la seguridad del vuelo o huelgas que afecten al personal de la compañía.
En otras palabras, muchas de las compañías aéreas harán todo lo posible para no indemnizarte de forma voluntaria. Y si, pese a su negativa, persistes en reclamar tus derechos, habrás de acudir a los tribunales, esperar durante mucho tiempo por la falta de medios personales y materiales de que adolecen y, por fin, si hay suerte, recibir tu compensación.
Pero hay más. Si el retraso no supera las tres horas, deberás permanecer esperando en el aeropuerto, pendiente de los paneles informativos que, como una máquina tragaperras, cambian de número de puerta de embarque. Si tenías planes a tu llegada, nunca los materializarás. Si tenías una reunión urgente, no asistirás. Y así sucesivamente. Mirarás por los ventanales y verás los aviones despegando mientras tú esperas y sigues esperando. Aunque, eso sí, si haces cola, cargado de tu equipaje de mano, la compañía aérea te invitará a un bocata y a una coca cola.
Todo cambiaría si, como ocurre en los trenes (a excepción de los que circulan por el fantasmal Corredor Mediterráneo que, aunque mediterráneo, no corre), se exigiese responsabilidad a las líneas aéreas. Es decir, una indemnización a la cual, salvo retrasos sin demasiada importancia, no pudieran sustraerse. Porque, no lo olvidemos, cuando se toca el bolsillo, rápidamente se toma conciencia. Poderoso caballero es Don Dinero, decía Quevedo.
En tanto esto no suceda, el consumidor en el sector aéreo seguirá siendo menospreciado por los prestadores de servicios. No hay más que ver los datos de las salidas de vuelos. Dan ganas de coger el tren. Y eso, tratándose del mediterráneo español, es mucho decir.