Me tomo la libertad de titular de este modo porque aires zarzueleros no le faltan al caso
Rubiales. Y porque vamos camino de convertirlo en leyenda. Me parece que el desenlace nunca va a estar a la altura del atronador reproche mediático por el beso robado a Jennifer Hermoso, campeona
mundial con la selección española de fútbol femenino. Todo parte de las dificultades conceptuales que se presentan cuando tratamos de explorar las conductas a la luz de la llamada cultura de la violación: ¿Alguien cree de verdad que el beso de Rubiales fue una agresión sexual? Pero tampoco la cultura del consentimiento sirve como plantilla de análisis, puesto que resulta insostenible que, como dice el propio Rubiales, Jenni consintiera. Nadie lo tiene claro, salvo la FIFA (Federación Internacional de Futbol), que procedió inmediatamente a la inhabilitación temporal (90 días) de Rubiales, mientras se sustancia un expediente disciplinario. Pero en España la Fiscalía no acaba de ver el comportamiento de Rubiales como un supuesto delictivo del Código Penal (agresión sexual, sería el tipo) y el TAD (Tribunal de Disciplina Deportiva) duda seriamente ante los requerimientos del CSD (Consejo Superior de Deportes) para la suspensión cautelar del todavía presidente de la RFEF.
Tampoco acaba de pronunciarse esa especie de gobierno de guardia de la Federación, que es el comité de presidentes territoriales, compuesto por 19 presidentes, de los que diez tienen o han tenido cuentas pendientes con la Justicia. La opinión pública está dividida y se mueve bajo un imperativo feminista que bloquea los matices del culebrón en un contexto determinado (el júbilo compartido por uno y otra durante la celebración de un triunfo del deporte español) y el propio Gobierno, a través del
CSD, parece más preocupado por el daño reputacional causado a la marca España que por la defensa de un principio universal: los derechos de la mujer.
Dicho todo lo cual, creo que el ya célebre beso robado de Rubiales es lo de menos en una secuencia que retrata a un personaje indigno de representar al deporte español. Por soez, por maleducado y por el muestrario de corruptelas que acumula en un historial plagado de irregularidades en la gestión de la entidad federativa. Tengo escrito que, como la oscuridad favorece a las cucarachas, es verdad que el beso de Rubiales ha servido para arrojar luz sobre la oscura trama organizativa del fútbol español. Una trama poco auditada y muy consentida por el Gobierno de Sánchez hasta que el fe- minismo oficial se puso en pie de guerra. Único motivo de agradecimiento a las feministas pues, según reconoce la propia ministra Montero, no vivimos en un país machista.
Muy de acuerdo, ministra.