Dicen que soy un carroza? Que me llamen lo que quieran. Yo les llamo gilipollas a ellos, y en paz». Así opinaba el bravo Camilo José Cela (CJC: iniciales de comer, joder y caminar) durante una entrevista televisiva de una época ajena a la dictadura a la vulgarísima corrección política que solo beneficia a los pobres de ingenio que maman de la teta pública.
Al paso que va el rodillo sanchista (cara muy dura y piel muy fina) tal dictadura se acrecienta. No hay sombra de humor ni chispazos de ingenio, tan solo quejas y victimismo, especialmente entre la clase política nacionalista-socialista, que a paso de oca transversal pronto se declarará «colectivo vulnerable» para acusar de delitos de odio al que ose criticarlos.
La piñata de un muñeco que pretendía representar al presidente de gobierno les ha sacado de quicio pocos días después de haber entregado Pamplona a los filoetarras. Cierto que el muñeco fue golpeado con saña, pero ¡hay tantas formas de juzgar lo que es violencia o libertad de expresión en la España plural y diversa! Hoy todo golpe es cuestión de votos y la educación ni está ni se la espera, ni en las aulas ni en la calle.
Al Rey se le puede injuriar o representar colgado y no pasa nada, a Isabel Ayuso su mema adversaria y actual ministra la apunta chuscamente en plan pistolera y no pasa nada, a Feijoo lo queman sin queimada y no pasa nada, etcétera, pero cuando le llega el turno al narciso monclovita la cosa se pone como si tratáramos con un fanático presto a declarar la yihad sí o sí. Semejante doble rasero es tan revelador como repugnante.