En todo Occidente, se está produciendo un fenómeno extremadamente preocupante por lo que supone para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Aquellos que nos considerábamos como clase media hasta hace no tanto, hoy vemos con estupor cómo cada vez nos cuesta más llegar a final de mes y cómo aquellas cosas a las que estábamos acostumbrados, como viajar un par de veces al año, comprarnos ropa cuando nos apetecía o salir a cenar más de una vez por semana, son hoy actividades que es casi imposible realizar sin hacer un esfuerzo titánico. El sueldo, por más que lo estiremos, no da. Y eso provoca, sí o sí, un estado de estrés difícil de llevar. La pandemia de salud mental tiene más que ver con esto que con los tres desdichados meses de encierro.
En Ibiza, el fenómeno es aún más sangrante porque, frente a una clase media en claro declive, ha surgido un monstruo del lujo al que no podemos acceder pero que se beneficia más que el ciudadano medio de los altísimos impuestos que pagamos los trabajadores. Se lleva buena parte de los recursos de la Administración en forma de infraestructuras o promoción turística. Y sí, es verdad que da trabajo, pero, ¿en qué condiciones?
Los gobernantes, y los que están en la oposición, deberían abandonar sus despachos y pasar más tiempo en la calle, hablando con la gente y buscando ahí y no en consultoras o en iluminados, la solución a una situación que dentro de no tanto no tendrá vuelta atrás. ¿De qué podemos presumir en esta isla cuando, por ejemplo, tantísima gente se ve obligada a compartir habitación, que no piso? ¿De qué podemos estar orgullosos? La izquierda agravó el problema poniéndose al servicio de la pasta. Me gustaría creer que el PP podrá revertir la situación, pero, la verdad, no tengo demasiadas esperanzas.