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¿Se imaginan un mundo de sonrisas?

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Son las cinco menos cuarto de la tarde del primer viernes del mes de febrero de 2024 y estoy parado con mi coche antes de llegar a la rotonda del Instituto Sa Blanca Dona para seguir camino rumbo al pueblo de Sant Antoni de Portmany. Son varios los vehículos que tengo delante de mí y mientras escucho de fondo al popular dúo Simon & Garfunkel y su canción The Boxer miro a mi derecha y cruzo la mirada con una chica que conduce un pequeño vehículo gris. Es rubia, tiene gafas, y aunque no me mira y ni siquiera repara en que la observo, si me da tiempo a fijarme que va sonriendo, con cara de feliz y tarareando algo emocionada. Niego con la cabeza, se me contagia la sonrisa, meto primera y cuando avanzo unos metros y voy a entrar en la rotonda, un camión grúa pasa por delante de mí y su conductor también va sonriendo y creo que también cantando, aunque de eso no estoy del todo seguro. Alucinado, sigo camino por la autopista y como un tonto voy mirando a mi alrededor por si viera más gente con la alegría por bandera y para mi sorpresa me encuentro con más de los que me imaginaría.
Mientras intento asimilar lo que está pasando llego en torno a las cinco de la tarde a Sant Antoni y cuando recojo a mi hijo Aitor las sonrisas aumentan por doquier. Primero con Arantxa, la chica que lo atiende cada viernes y que siempre nos recibe y despide de buen humor, y después con el enano de siete años que al verme se arroja a mis brazos como si no hubiera un mañana mientras la sonrisa le llena toda la cara. Nos montamos en el coche y mientras me cuenta lo que ha hecho en el día, y sigo sin dar crédito, llegamos a casa y al entrar, mi madre parece contagiada con un extraño virus que nos hace a todos sonreír. Llegan los besos, los lala te quiero, los lala quieres hablar o los lala merendamos… y mientras escucho al maravilloso equipo que forman los dos y termino de escribir esta pequeña reflexión me da por pensar lo chulo que sería si esta sensación de alegría continua se contagiase igual de rápido como lo hizo el maldito coronavirus.
¿Se imaginan? Sé que es jugar a la ciencia ficción y que tal vez todos los que forman parte de la llamada industria del miedo harían todo lo posible por impedirlo, pero sería algo fantástico. No me digan que no sería genial que todos nos uniéramos, ayudáramos al prójimo y que mientras sonreímos desde lo más profundo de nuestro corazón cediéramos el paso, ayudáramos con las bolsas, nos saludáramos por la calle y nos preguntáramos qué tal te va porque realmente lo sentimos y no por que sea un simple compromiso. Porque no me negarán que tiene que ser fantástico vivir la vida de forma alegre y sin pensar continuamente que el que tenemos al lado nos la va a jugar y que es el enemigo y que por ello tenemos que luchar y combatir contra él. O por supuesto, disfrutar de una sociedad en la que al haber sonreído al contrario, éste nos sonríe, transmitiendo después ese sentimiento a los demás, multiplicándose como una gota de agua en el océano y provocando que al final todos estemos tan contentos que no nos peleáramos continuamente por todo y por nada.
Sí, ya se que soy un iluso y que todo esto es una quimera que no acabaría por funcionar porque seguro que en algún lado algún eslabón rompería la cadena. Que todo esto sería imposible porque está comprobado que el hombre es malo por naturaleza y si no que se lo digan a sus propios hermanos, a los que es capaz de destruir de las peores formas posibles. Es cierto. No les voy a quitar la razón y sé que son muchos más los pesimistas que los optimistas y que nuestro día a día se empeña en ponernos trabas a base de guerras, pateras, naufragios, bombas, hambrunas, campos de refugiados, niños que pierden a sus padres, sequías, cambios climáticos o confrontaciones y acusaciones constantes contra el que no piensa igual que tu. Sé también que los medios de comunicación no ayudamos lo más mínimo buscando en muchas ocasiones la mala noticia y el morbo porque vende mucho más que hablar de cosas buenas y que por tanto ese mundo ideal del que les hablo jamás será posible. Y también que tendría que bajarme del guindo y madurar de una vez por todas.
Sin duda. De quimeras e ilusiones no se vive porque no son rentables pero créanme si les digo que por unas horas imaginé lo maravilloso que sería un mundo repleto de sonrisas. Y por un rato, solo por un rato, me di la oportunidad de pensar que todo sería mucho mejor y que el mundo que les dejábamos a nuestros jóvenes sería, al menos, un poco diferente.

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