En San Antonio de Portmany el maná de vino llega hasta la mar. Hay una energía orgiástica de fiesta báquica y apoteosis culinaria ibicenca con el Campeonato Mundial de Arroz de Matanzas, orquestado magistralmente por el portentoso sátiro de Benimussa, Vicent de Kantaun.
Ya es una fiesta legendaria que atrae multitud de carpantas pitiusos y allende los mares, sin atroces fusiones ni veganos a la vista. La competitividad de los equipos es fiera cual abordaje corsario y los jurados –con la auctoritas de Pepe Roselló— se la juegan, sí, pero domina entre brindis sin fin alegre camaradería, la sabiduría ancestral de brujas blancas y fastuosas guardianas de tantos secretos isleños, y la cortesía antigua de pescadores y payeses.
Este año también ha habido un concurso de al.lots que han demostrado ser muy grandes cocinando. La tradición sigue viva y hay esperanza contra las horripilantes cadenas de fast food de susto-gusto globalizado, dietas infames de gurús insectívoros y bolastristes ministros de consumo. La buena cocina tiene más que ver con el Festina Lente, precisa su tiempo y amor, es parte fundamental del glorioso arte de vivir erotizado.
La tajada general del pueblo es monumental y corren más hectolitros de vino que agua en las cataratas de Iguazú, José María de Sa Gatera salva incontables resacas invitando a huevos fritos a la hora en que todas las gatas son pardas, la gran mayoría de arroces son excelsos y generosos, la sobrasada crea nuevos conversos que ya nunca abandonarán la sabrosa dieta pitiusa, Paco, Lina y Pepa de Es Amics preparan una reminiscente vodka con pomelo para volver al ataque cuando las fuerzas flaquean, todo Portmany danza y brinda como si no hubiera un mañana en una fiesta que es patrimonio cultural de hedonistas que aman mucho la vida.
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