Miren lo que le ha sucedido al político disidente ruso Alexéi Navalni, asesinado por orden de Putin mientras cumplía una condena de más de 30 años en una gélida cárcel del Círculo Polar Ártico. Este auténtico héroe fue envenenado en agosto de 2020 y ya estuvo a punto de morir. Fue tratado médicamente en Alemania y, una vez recuperado, decidió regresar a Rusia, algo que muchos consideran casi un suicidio, pues allí sólo le esperaba la cárcel y muy posiblemente, la muerte, como finalmente ha sucedido. Y él lo sabía.
También los guardias civiles a quienes se les ordenó, de forma absolutamente irresponsable y yo diría que casi homicida, subirse a una zódiac del GEAS e ir a identificar a los tripulantes de las, al menos, cinco narcolanchas que se habían refugiado del temporal dentro del puerto de Barbate. Como cabía esperar, todas ellas escaparon excepto una, que le hizo frente, comenzó a maniobrar peligrosamente alrededor de la pequeña embarcación de la Guardia Civil, y por último la abordó, pasándole por encima. Mataron a dos agentes, David Pérez (del GAR) y Miguel Ángel Gómez (submarinista), además de herir gravemente a dos más.
Me recordó al sacrificio que hizo el almirante Pascual Cervera en la batalla naval de Santiago de Cuba, el 3 de julio de 1989, donde perdió la escuadra española que comandaba al enfrentarse de forma heroica a los buques norteamericanos, muy superiores en todo. Obedeció las órdenes del gobierno de Práxedes Mateo Sagasta, que envió a los 2.232 tripulantes del Cristóbal Colón, el Infanta María Teresa, el Vizcaya, el Almirante Oquendo, el Plutón y el Furor, a morir combatiendo. Fallecieron unos 300 hombres. También en Barbate fueron enviados a la muerte, inútilmente. A día de hoy, ni el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, ni el director de la Guardia Civil, ni ningún subordinado suyo, han dimitido.