Aquello que ningún cargo socialista consideraba posible en campaña, se ha hecho realidad. El argumentario del PSOE de Sánchez ha cambiado a marchas forzadas en función de las necesidades que su líder ha ido teniendo. De ello se infiere que no exista una línea ideológica ni proyecto político más allá de su propia figura.
Desde asegurar que sería el presidente que haría que Puigdemont rindiera cuentas ante la justicia a ser el presidente que ha dado carta blanca y cobertura legal a procesados por terrorismo, corrupción y sedición. A pesar de ello, siempre habrá cargos y periodistas dispuestos a justificar los «cambios de opinión» (mentiras) del líder a quién deben su sueldo.
Sánchez ha sido el presidente que ha causado un mayor desprestigio de las instituciones, no sólo del Gobierno, sino del Congreso, el Consejo de Estado, la Fiscalía General del Estado o el Tribunal Constitucional. Todo el aparato del Estado sirve en la actualidad a un único interés que no es el general, sino el del líder socialista. No hay margen para la permeabilidad de opiniones: o comulgas con sus delirios o te sitúan automáticamente en la ‘fachosfera'. Este marco social se aleja de la democracia y se acerca a un contexto mucho más próximo al enfrentamiento que a la convivencia de la que presumen.
Después de claudicar de manera cobarde y otorgar una amnistía que quebranta la Constitución, Sánchez no dudará en dar un paso más y firmar una convocatoria de un referéndum de autodeterminación, tal y como ya exige el presidente in pectore, Carles Puigdemont. El límite es la vara de mando. El único socialista dispuesto a plantar cara es García Page, con un poder todavía demasiado escaso para enderezar al PSOE y devolverlo a la Constitución y el sentido de Estado (y del ridículo).