Nos hicieron creer que la culpa era nuestra. Nuestra ropa, nuestros gestos, lo que hacíamos o decíamos. Somos seductoras, armas cargadas para el pecado. Somos la lujuria con patas y nos merecemos cada golpe por no frenarnos.
«Mira lo que me has hecho hacer». «¿No te das cuenta de cómo me pongo?». «Eres una calentorra y me has obligado». «¿Quién te manda ir sola?».
La vergüenza, la sensación de que no iban a creernos, el pudor a lo que pensasen de nosotras nuestros padres, novios o amigos, y esos cientos de mensajes grabados y sellados en nuestras cabezas, nos habían programado para asumir que la única manera de evitar ser violadas era renunciando a nuestra libertad.
De pronto, vemos en un documental nuestra verdad a través de la historia de otra mujer, de otra chica. Podría ser mi hija, mi sobrina o yo misma hace dos décadas. Su error, confiar en seres sin escrúpulos, valores ni respeto. Nuestro acierto, no fallarle como sociedad, aunque en el camino tuviese que derramar muchas lágrimas e, incluso, huir de España.
Un relato abierto, sin fisuras y sin buscar el amarillismo, donde las protagonistas no aparecen y son otras las que les ponen voz para que el morbo no oculte esa realidad que durante tanto tiempo había estado empañada. El papel de la defensa de los agresores y de los medios durante todo su calvario, creando un circo, buscando minutos de oro y dando pábulo a los salvajes, es un thriller de terror puro a lo largo de la cinta.
Aunque su encierro no fuese el nuestro, nos recuerda tantos capítulos abiertos y cerrados entre nuestras hermanas que nos revuelve hasta vomitar todo lo aprendido. Al terminar nos sorprendemos de haber llevado tatuado ese mensaje durante tanto tiempo en la frente. Solamente quien ha corrido aterrada al volver a casa por la noche y sentir otros pasos tras los suyos puede ser consciente del significado de esa caza.
Hoy somos más conscientes de que nunca tuvimos la culpa y de que nuestros cuerpos son lienzos en blanco, puros y limpios. Nuestra piel no está contaminada y nuestras bocas pueden hacer, decir o sentir lo que quieran, sin que en ningún caso sus palabras o actos justifiquen que seamos agredidas.
Nosotras, que llevamos milenios cargando con esta mochila que es la culpa, la hemos lanzado a un barranco, la hemos enterrado, hemos gritado que se acabó, nos hemos mirado a los ojos por primera vez y nos hemos visto como somos. Hemos aullado como la verdadera manada que somos, la de las mujeres que juntas brillan, son más fuertes y ya no tienen miedo. Ellos son unos pobres diablos que a estas horas miran la pared de sus celdas sin entender todavía que, al forzar a aquella niña de 18 años, perpetraron la mayor de las injurias contra sus madres, hermanas, parejas y futuras hijas (si es que llegan a tenerlas).
En esta sociedad del consumo rápido de contenidos os recomiendo ver No estás sola, de los directores Almudena Carracedo y Robert Bahar, quienes diseccionan el caso para mostrar la universalidad de la violencia sexual contra la mujer.
Yo te creí desde el minuto uno, te escribí, te acompañé y jamás escuché a tus verdugos. Solamente un adicto al porno puede creer que vejar, forzar y usar a una mujer entre varios hombres puede ser algo mínimamente placentero.
Por si en algún momento este artículo llega a tus manos, recuerda que no estás sola, que nunca debiste estarlo y que nunca volverás a estarlo.