Dice la leyenda africana de los Hijos del Cielo que en Ruanda convidan a los políticos corruptos a beber un gran vaso de leche envenenada. En España dudo que haya leche para tanto mamón. Corruptos y asesinos mandan mucho en nuestra esperpéntica política y además pretenden dividir a las muy mezcladas tribus celtibéricas, como si fuéramos hutus y tutsis con odios ancestrales. ¡Cuánta estupidez y ansia de robo y guerra! Por regla general los criminales de nuestra política son vulgarísimos, con limitada cultura de revista y pandereta regional; beben su café en aberrantes vasos de plástico tipo moda de serie yanqui, cuyo cine fue esplendoroso en la época de los expatriados centroeuropeos, estetas que salían huyendo del molde nacional–socialista o comunista que arrasó el mundo de ayer de Stephan Zweig.
En Ruanda el plástico está prohibido y se distingue claramente a las tribus. Suele ser cuestión de altura y poder en una tierra bellísima donde Allan Quatermain buscaba las minas del rey Salomón. Recuerdo que en el pueblo más recóndito te sentabas a una mesa de madera, con sillas de madera, y te servían una cerveza helada en copa de cristal mientras un soldado vigilaba cada cruce de caminos armado con metralleta. Nada que ver con tanto garito de nuestra costa donde rinden culto al invento más aberrante de la humanidad, el plástico, mientras presumen de sostenibilidad y cordones separadores de rebaños. Navegué por el lago Kivu y me ofrecieron ser portado en litera para hacer compañía a los gorilas en la niebla, pero era más agradable caer enamorado de las negras reinas de Saba con una fuerza sexual, generosidad y elegancia natural tan potente y arrolladora como la energía telúrica del enorme corazón africano, de donde también viene nuestro cachondo dios Bes.