Dimitirá por amor o es corrupción al acecho? Ya anunció en su momento un confinamiento en diferido; ahora escribe una carta a la estupefacta ciudadanía anunciando una posible dimisión, pellas mediante, que el presidente necesita reflexionar. Pero su carta nariguda evoca más a Pinocho que a Cyrano. Ah, Pedro, tanto tiempo anunciando que viene el lobo cuando el lobo eres tú.
Visto su fabuloso historial de voluble oportunista, extraordinarios cambios de opinión, mentiras descaradas y personalidad multipolar, podemos incluso dudar que esté enamorado de su mujer. Pero eso no es de interés público salvo patio de corrala, al contrario que las recomendaciones millonarias de una espectacular captadora de fondos. ¿Volverán a decir que el dinero público no es de nadie?
De sus nulas explicaciones al respecto se deduce que de la transparencia no anda tan enamorado; de la democracia, tal y como se entiende en Europa, tampoco. Lo único seguro del tipo es que adolece pasión desmedida por el poder y un ego galopante que lo lleva a enfurruñarse psicóticamente cuando jueces o periodistas (las comisiones políticas son de cachondeo y el fiscal ¿de quién depende?) osan investigar sus desmanes. Ea, ea, que el niño se cabrea.
El ridículo es tan tremendo como las peligrosas aspiraciones cainitas a crear más tensión; por allí resoplan los abducidos o interesados sanchistas defendiendo a su supremo líder, un tahúr resiliente que ha descuartizado al PSOE con su mascarilla de joker (¿regalo del «militante ejemplar» Koldo?).
Ahora toca ópera bufa, hacerse la víctima insomne, mostrarse ofendido, retirarse a reflexionar en la cúspide de la vorágine: los novillos del pícaro… Todo ello muy en su línea irresponsable, lágrimas de cocodrilo para quien no sea un idólatra sanchista.