Una de las cosas que más sorprende al llegar a la isla a los que coloquialmente se nos denomina murcianos, es que resulta complicado encontrar un lugar en que poder tomar café mientras se hojea la prensa nacional con independencia de cuál sea su color. Por el contrario, en todos podemos encontrar ejemplares de los diarios locales. Al nativo y, por extensión, a los que ya han adquirido la vecindad civil ibicenca, parece no interesarles en demasía aquello que acontece más allá de Es Freus. Lo que interesa es lo propio, lo local, lo autóctono. Sí, lo payés, digámoslo claro. Y esto, por sí mismo, no es malo, tan solo curioso.
Lo grave es que a este afán por lo local se anuda la escasa generación de hechos noticiables que acontecen en ese mismo ámbito, mucho más durante el largo letargo invernal en el que poco o nada relevante ocurre. La mezcla no puede ser más explosiva cuando, como mecha de este inquietante coctel, cualquier iluminado sin conocimiento alguno que se le ocurra enviar a un medio de comunicación una opinión, queja, comunicado, manifestación, maquinación o invención, sin mayor sustento probatorio que su propia e interesada versión, que debe tomarse como dogma de fe por el resto, tiene serias posibilidades de que sea publicado. Pero claro, no debe olvidarse que, dependiendo del contenido de la falacia que se pretenda difundir, las consecuencias pueden ser más o menos graves, generando su mera lectura una alarma social innecesaria, incierta e imprudente, sobre temas o cargos de especial sensibilidad y trascendencia, mucho más cuando ese afán propagandístico tan solo pretende hacer ruido y ganar una notoriedad inmerecida a costa de la que ostentan otros. Ya se sabe aquello de Francis Bacon de «calumnia, que algo queda».
Evidentemente, no podía llegar a imaginar que el adoctrinamiento sobre la censura de los medios de comunicación lanzado a las hordas de orcos esbirros por el todo poderoso Sauron, tendente a acallar a todo aquel profano que se atreva a rechistar, con opiniones distintas, la verdad universal preestablecida unilateralmente por la superioridad, pudiera llegar a dar lugar a actos de contraespionaje vertidos hasta en el mismo medio de comunicación. Eso, que no ocurre ni en los autodenominados panfletos de la desinformación, parece que ahora también vale con tal de hacerse notar. Y sí, ya lo sé. Que solo hay que lidiar con toros de categoría a la altura del matador. Vaya, que lo mejor es hacer, como la Pantoja, un «dientes, dientes, que es lo que les jode». Pero qué le vamos a hacer si, como buen valenciano, tengo la pólvora presta y la mecha corta. Pues, a jugar, como diría Joaquín Prat.
Que sí, que está muy bien eso de que la libertad de expresión todo lo ampara, pero manda huevos, como dijera Trillo, que quien ostenta como único mérito en la vida ocupar durante la intemerata de años cargos públicos por su mera afiliación política, con miras tan cortas como su formación, se atreva a repartir carnets de ideología, posicionando en una concreta a quien, siendo más apolítico que un adoquín, actúa y opina bajo absoluta independencia e imparcialidad, ostentando su cargo, exclusivamente, por mérito y capacidad, que ya quisieran poderlo decir otros. Intentaré explicarlo solo una vez, la última, despacito y claro, porque, ya se sabe, quod natura non dat, Salmantica non praestat.
Tan solo puede ser atributo de un palmero a sueldo con muy pocas luces pensar aquello de que, si no estás conmigo, estás contra mí. Que, si no eres moro, eres cristiano o que, si no eres del Barça, eres del Madrid. A ver, que puedo llegar a ser empático y alcanzar a entender que el perro ladre cuando ve atacada la mano que le da de comer y hasta haga un clásico Belén Esteban diciendo eso de que por mi amo «ma-to». Pero deben entender que no todos comemos de enfundarnos la camiseta de un único equipo y actuar como hooligans nublados por el brillo del escudo. Que no todos tenemos que pagar el peaje del vasallaje para vivir del sueldo Nescafé y que, por fortuna, no todos, como Lambán, formamos parte de ese rebaño de acólitos que solo saben decir sí guana.
Porque si el órgano de gobierno de los jueces no se ha renovado en cinco años, no lo es por culpa imputable exclusivamente a un único color, sino a dos, más pendientes ambos de satisfacer sus intereses partiditas, que el general. Repito, a dos. Y la solución no pasa por una mayoría de miembros rojos o azules, incluso rebajando para ello las mayorías necesarias, sino por un cambio del sistema de elección que nunca beneficia a quien, de los dos, tiene en cada momento la sartén por el mango. Repito, de los dos. Que, si se ha admitido una querella indebidamente, la misma tendrá escaso recorrido, o no. Eso ya se verá por quien corresponda. Pero que esa simple admisión a trámite no puede justificar dilapidar indiscriminadamente al juez instructor por el mero hecho de no convenir su independiente decisión a los intereses del todo poderoso. Cosas así ya han pasado antes y han acabado en nada. Pero, claro, ahora le ha tocado bailar a la más fea y eso parece que escuece. Y que, si una ley que va a permitir dejar en el olvido graves delitos tipificados en un código penal emanado en democracia, tiene como única finalidad amarrarse a la poltrona, cuanto menos es indecente e interesada, amén de inconstitucional, porque así se excluyó expresa e intencionadamente de la carta magna al momento de su elaboración. Todo ello, claro está, en la modesta opinión de un reconocido jurista que, efectivamente, puede no ser compartida y hasta discutida, pero que al menos lo sea por alguien que tenga más conocimiento de Derecho que una ameba. Eso sí es desbarrar.
Seamos consecuentes con nuestros actos. Tanto los que opinan, como los que publican y, por supuesto, los que leen. Tengamos en cuenta que determinadas opiniones sesgadas, interesadas o, directamente, más falsas que judas, pueden levantar una polvareda de consecuencias imprevisibles. No sabemos quién está al otro lado de los papeles, si se trata de un lector avezado y curtido en mil batallas que ya dispone del olfato y de los dos dedos de frente necesarios para darse cuenta de la engañifa que se publica, o si se trata de alguien que se va a creer a pies juntillas los dislates que engulle sin pararse ni tan siquiera a cuestionar la veracidad o verosimilitud de los mismos. Si quieren acabar con las publicaciones kamikazes que algunos lanzan, otros publican y muchos creen, empiecen por dar ejemplo. Como dijo Nicholas Eames, pero al revés, «si parece un león, pero bala como una oveja, probablemente sea una oveja».