A la temprana saturación de Ibiza y Formentera (el agosto son ya tres meses) se suma la alerta policial ante «la mayor oleada de inmigración ilegal de la historia de Baleares», tal y como informa Julio Bastida. Llama la atención que sea la isla de Cabrera la que más ha crecido en porcentaje de llegada de pateras: un 700 %. Tal vez perdieron el rumbo y estaban desesperados por tocar tierra. O tal vez fueron engañados por los patrones, que les animaron a desembarcar diciendo que esa solitaria playa, donde murieron de inanición miles de prisioneros franceses, era la atestada Salinas de moda pitiusa.
Hace unos años rescaté una lancha con cuatro tripulantes de aspecto lastimero. Estaban a la deriva a la altura de Las Bledas. Naturalmente les ofrecí un trago de vino o un gintonic para elevar su espíritu, pero rehusaron el alcohol fervientemente. Jamás he obligado a beber a un abstemio y estaba claro que estos tenían sus motivos religiosos, que eran de la costa sin sobrasadas, así que les preparé agua con hielo y limón. No querían abandonar su bote y empecé a remolcarlos. Ya dentro de la bahía de San Antonio dijeron a gritos que parase. Ante mi sorpresa soltaron los cabos, pusieron su motor en marcha a la primera y enfilaron alegremente rumbo hacia Cala Salada.
Tal vez fueran inmigrantes ilegales que pudieron esquivar el hoy tan cotidiano drama humano que asola el Mare Nostrum de tan diferentes orillas, ni idea. Pero me hubiera gustado decirles que Mahoma no prohibió el alcohol, que tan solo regañó a un borracho por descuidar sus deberes religiosos. A la muerte del profeta fue su cuñado Alí quien prohibió el vino, pero los sufís siguieron cantando odas al vino y el amor.