Sábado, 1.15 horas. El olor a quemado invade mi casa. Se mezcla con la peste a peta que, cada vez que abren la puerta (y son muchas), sale del club de cannabis que tengo enfrente. Me asomo al balcón y veo el humo en Ses Feixes. La Policía Local ya está en la esquina. Muy poco después llegan los bomberos. Apagan rápido el pequeño fuego y cada mochuelo a su olivo. Una vez más, hemos tenido suerte.
Pero la suerte se puede acabar. Y algún día puede pasar que el incendio de turno se salga de madre y llegue a las viviendas o, lo que sería peor, a la gasolinera. Si yo fuera alcaldesa de Vila, tendría claro que entre mis prioridades más prioritarias ha de estar la de dar una solución a este vertedero urbano. Si yo fuera alcaldesa de Vila, tendría claro que hay que coger el toro por los cuernos y hacer oídos sordos a la troupe de histéricos que nos ha llevado a este drama. Porque ya les digo yo que tener ese vertedero declarado bien de interés cultural al lado es un drama. Y también les digo que la troupe de histéricos, formada por los que dan carnés de ibicenquismo y sus satélites mediáticos, es la principal responsable de esta situación.
Pero no basta con culpar a los demás cuando uno tiene en sus manos el bastón de mando de la ciudad. Ses Feixes, insisto, son un vertedero. Ses Feixes son un peligro para quienes vivimos cerca, que somos muchos. Ses Feixes deberían avergonzar a todos los que han pasado por el Ayuntamiento en las últimas décadas. ¿Tendrá el alcalde Triguero la valentía necesaria para afrontar el problema o, como los demás, pasará de largo poniendo una vela a Dios y otra al diablo para que nunca se le muera alguien calcinado allí dentro?