La doña entró en los juzgados con la comitiva y protección propias de la mujer de un sátrapa que desprecia la igualdad de españoles ante la Ley. Después de tal entrada sorprendió que tomase asiento en la esquinita de un banco, encogida, susurrando monosílabas respuestas al juez. ¡Qué bruta figura! ¿De reina de Saba a mosquita muerta?
Todavía estamos en democracia –aunque los esfuerzos del sanchismo por debilitarla son harto taimados—; quedan jueces independientes ante el fiscal que depende del «puto amo», y la espectacular captadora de fondos volverá a sentarse en el banquillo, igual que el hermanísimo musicólogo que cotiza fuera sus fondos públicos (después de tanto ataque a los influencers que, con su dinero privado, se marcharon a Andorra para pagar menos impuestos).
En Estados Unidos Trump ha paseado su histrionismo por numerosas causas judiciales; también el hijo de Biden ha sido condenado. En Francia a Sarkozy le sacaron las vergüenzas con los pagos del «mejor amigo de Occidente», el coronel Gadafi, que luego fue traicionado y bombardeado por atreverse a demasiadas cosas independientes, como eso del Banco de África para no pagar a los comisionistas suizos.
Necesitamos más claridad en medio de tanta censura totalitaria. Los que venían a regenerar la democracia son una panda de pícaros de la secta política, la mayor mafia del Reino, que se dio carta blanca a sí misma en medio de la generosa Transición.
Sin embargo, gracias a la valentía de algunos jueces y periodistas, todavía no se han amnistiado del todo. Especialmente a los familiares y amiguetes que maman del corralito que, por eso de no estar aforados, deben responder de sus desmanes ante la Justicia.