El viernes pasado comencé una semana de vacaciones y por primera vez en mucho tiempo decidí quedarme aquí. No hay mucho dinero y no es cuestión de despilfarrar teniendo en cuenta como están las cosas y que enseguida nos marchamos a mi querido pueblo de Adobes y el dar el salto a la península supone importantes gastos en billete de avión, coche de alquiler, gasolina o de día a día. Esto me ha permitido hacer un poco el ‘guiri' en nuestra querida Ibiza y descubrir con todo el dolor de mi corazón que no sería un lugar al que volvería por segunda vez si fuera turista.
A lo largo de siete días he comprobado, por ejemplo, que en pleno mes de julio y prácticamente a cualquier hora del día, casi todos los accesos a una rotonda son sinónimo de atasco con colas incluso que llegan de una a otra rotonda y que se está tan desesperado por entrar en ellas que se cometen irregularidades que solo generan más caos. Que somos muchísimos coches mires donde mires, lo que se transforma en enormes problemas de aparcamiento y entrada y salida a las principales localidades de la isla, como por ejemplo en Jesús, donde tenemos un problema crónico agravado por obras interminables y unos semáforos de muy dudosa efectividad. O en carreras con velocidades desmedidas o adelantamientos casi imposibles por todo tipo de líneas continuas o tramos de complicada visibilidad, o en coches de alquiler que van despistados, mirando las indicaciones del teléfono móvil, y desesperando a una legión de impacientes que nunca mantienen la distancia de seguridad. Que cada vez hay vehículos más grandes que en Ibiza solo sirven para presumir de no se qué y que luego acaban aparcados en cualquier lado al creerse sus conductores con derecho a todo, y que probablemente seamos el lugar del mundo que más furgonetas negras con cristales tintados tengamos por habitante o kilómetro cuadrado.
O que el tema de los precios es bochornoso. Uno de los primeros días fui con mi madre a una cafetería de Santa Eulària, en pleno paseo marítimo, viendo el mar y de esas que muchos llaman de toda la vida. Pedimos dos cafés con leche largos de café, un croissant y una tostada con mantequilla y mermelada y más allá del tamaño minúsculo del pan y que solo hubiera una pieza de mermelada industrial de una conocida marca y dos pequeños trozos de mantequilla caliente, el susto llegó al pagar. Por esas cuatro cosas nos cobraron mas de 11 euros ya que la tostada valía 4,30. Asustado, pensé que se habían equivocado ya que en la carta que tienen en varios idiomas, se informa de que la más cara cuesta 2,60 euros porque tienen distintos tipos de panes, pero la camarera, con cara de pocos amigos, me aseguró dos veces que ese era el precio correcto a pesar de que yo le enseñaba la carta. Una muestra más de que en muchos casos en nuestra isla se cobran cosas pensando en que el guiri no se va a enterar, no va a volver nunca y que todo está justificado porque esto es Ibiza.
También he comprobado las desigualdades sociales con enormes diferencias entre el lujo y el no llegar a fin de mes, la sensación de que aquí todo vale cuando, por ejemplo vas a jugar al padel y en las pistas nadie lleva camiseta porque lo ‘cool' es presumir de cuerpo, o cuando ves como se conduce cantando, berreando o con medio cuerpo fuera provocando a la postre accidentes cada vez más numerosos. O que aunque tenemos el mejor ocio del mundo, dependiendo de la hora, la salida de según qué sitios es contemplar un desfile de cuerpos sin alma que parecen salidos de la serie Walking Dead, o que las playas cada vez son menos del público familiar y más de esas hamacas que lo colonizan todo…
En fin que sé que dirán que soy un agorero, un pesimista o un aguafiestas y que algunos dirán en sus comentarios que si no me gusta la isla en lugar de tanto criticarla me tendría que ir de aquí. O incluso, dar ideas para cambiarlo. Pero lo siento por todos ellos, ni lo uno ni lo otro. De momento y hasta que el cuerpo aguante y me quede algo de dinero para poder seguir viviendo con dignidad me gustaría quedarme en Ibiza porque tengo un hijo aquí, porque sigo sintiendo que la isla aún mantiene un aura especial fuera de la temporada de verano y porque tampoco sé como se pueden cambiar las cosas mientras me invade una gran desazón al comprobar que ya vamos muy tarde para atajar la raíz del problema. Que todos hemos sido lo suficientemente egoístas para haber contribuido a este desastre y que si yo si fuera guiri seguramente no repetiría mi viaje a Ibiza.