Plaza del pueblo de Jesús. Jueves 06 de septiembre. Siete de la tarde. Fiestas del pueblo. El gran payaso Cachirulo, en su versión sin disfraz de Marcelo, se propone impartir una especie de clase de globoflexia junto a los castillos hinchables que se han instalado esa tarde en la zona que hay junto a las mesas de tenis de mesa y las canastas. Poco a poco le van rodeando decenas de padres con una serie de diablos que ellos llaman hijos y entonces, sin saber cómo ni cuándo, ni en qué momento, se desata la locura.
Marcelo intenta sacar los globos que trae preparados para que hinchados se conviertan en una bella mariposa, un divertido pez o un colorido perro, pero desde el primer momento comprueba que le va ser tarea prácticamente imposible. Inasequible al desaliento intenta conseguirlo tirando de sentido del humor y paciencia, mientras da las explicaciones correspondientes a riesgo de quedarse sin voz, y soporta estoicamente cuando varios niños casi le trepan por la espalda y entre ambos lados de su cuerpo, buscando como sea alguno de los muchos globos que trae en una caja que bien podría ser como el baúl de Mary Poppins viendo todo lo que sale de allí.
Rápidamente queda demostrado que conseguir un hinchador para los globos es toda una odisea porque los mayores nos peleamos por él como si fuera el mayor de los tesoros mientras que entender algo de lo que explica es una quimera. Intentar seguir los pasos que marca con toda la paciencia del mundo es una locura y cada vez hay menos espacio entre unos y otros – bendita vacuna del coronavirus – e, incluso, algunos niños corren riesgo de acabar aplastados contra una de las mesas de madera. Algunos mayores gritan desesperadamente pidiendo reponer el globo largo que se les ha reventado y que se ha de usar para hacer el cuerpo de la mariposa, como si estuvieran en una especie de contrarreloj sin sentido en la que tuvieran que demostrar que son los mejores haciendo globoflexia. Olvidan en todo momento que ellos no son los protagonistas, que lo son los pequeños, y que son solo ellos los que tienen que aprender, disfrutar, equivocarse, acertar… y todo sin ninguna presión. Que no se trata de que los mayores hagan la mejor de las mariposas sino de que los pequeños pasen un buen rato haciendo cosas con las manos, y viendo las caras con las que miran a sus padres y madres, no lo están haciendo en absoluto.
Tras un cuarto de hora de tensión absoluta, en la que no entiendo absolutamente nada, los progenitores más hábiles han conseguido terminar una figura que se parece en algo a la que ha propuesto Marcelo. Nosotros vamos rezagados, quizá seamos los últimos, y tal vez los más raros, porque he decidido que sea Aitor quien a sus ocho años haga lo que pueda con sus cuatro globos de colores rosas y lo cierto es que ha heredado mi poca habilidad manual. El caso es que no se cómo pero conseguimos no hacernos daños, no rompernos nada, y finalmente mi hijo sostiene con satisfacción algo que no tiene mucho que ver con una mariposa pero que es resultado de su esfuerzo y su ilusión. Tanto que, con una sonrisa, me pide intentar el siguiente reto que nos propone Cachirulo.
Se trata de un fantástico pez en distintos colores y viendo que por fin hemos conseguido sitio y nadie le ha aplastado nos disponemos a ello. Aitor sonríe con muchas ganas pero la ilusión nos dura apenas diez segundos. Los que tarda Marcelo en dejar sobre la mesa un grupo de globos para construir la figura. Casi no llegan a la mesa ante la ansiedad de un grupo de padres que se lanzan a por ellos cogiéndolos a toda prisa, como si de ello dependiera su vida y sin importar si alguien puede acabar dañado. Mi cara debe ser un poema. Les juro que no entiendo nada. Miro alrededor intentando encontrar una respuesta, quizá algún globo suelto que quede por allí, pero al cuarto empujón por detrás y por los lados de varias madres que no se muy bien que están haciendo, y viendo que incluso Aitor corre peligro, decido que lo mejor es salir de allí cuanto antes mientras intento rescatar como puedo nuestra mariposa de manos de otro niño que quiere apropiársela como suya.
Le miro con cara de rabia, y lo cierto es que no sé si le llego a gruñir, pero lo cierto es que haciendome grande gracias a mis tiempos de jugador de rugby conseguimos salir de allí como como podemos. Miro atrás y mientras Aitor me pregunta porque no podemos hacer más figuras, lo cierto es que no sé como explicarle que todo aquello es la demostración de que la vida es de valientes. De listos. De rápidos. Y que yo, que soy su padre, aún tengo mucho que aprender. Que no juego en la misma liga que el resto de progenitores que se las saben todas cuando van a un evento de este tipo y que son capaces de sacar lo mejor y lo peor por un puñado de globos. De luchar por ellos como si fuera lo último que quede en el mundo para demostrar no se qué a no se quien.
PD. Gracias Marcelo por tu conocimiento, paciencia, profesionalidad, sentido del humor y tu saber estar. Y por aguantar esa locura con una sonrisa