Lo mejor de disponer de un jet particular es poder encender un puro a bordo. También que renuevan los filtros de aire con mucha mayor frecuencia que las pateras comerciales de las actuales líneas aéreas. Al disponer de más cantidad oxígeno limpio y respirar mejor, las peligrosas enfermedades del síndrome de la clase turística decrecen. Por supuesto también puedes escuchar un concierto de Arthur Rubinstein en lugar de la música de supermercado de los aviones abarrotados. Y no hace falta llevar un bocata para no ser envenenado con los atroces caterings firmados por chefs televisivos.
Pues es una realidad que al pasajero cada vez lo tratan más como un prisionero, sin derecho a quejarse so pena de ver prohibida su entrada en la nave. Colas interminables, retrasos sin justificación, higiene impropia de un corral de gallinas, asientos liliputienses, negativas a la hora de servir el tercer whisky de minidosis cobrada a precio de hotel Ritz, etcétera.
¡Y los aeropuertos! Pero ¿quién es el cabestro que los planifica? De un gusto escalofriante, uno se siente en ellos como en un campo de concentración. Con esa dictadura espantosa del self service, aberraciones plastificadas que son garantía de indigestión, cacheos interminables, café de posguerra, distancias que harían dudar a Induráin de no llevar bicicleta… ¡Seis mil años de civilización para llegar a tal negación de la dignidad del ser humano! Por algo la bella, dulce y triste Francoise Sagan preguntaba al turista congestionado: ¿Oh, pero usted todavía viaja?
Y con trenes y ferrys tampoco la cosa va mejor. Si no llevas coche, es preferible hacer barcostop hasta Valencia. En caso de que hagas dedo al jet, posiblemente termines en el Negresco, pues la ruta Ibiza-Niza es la más concurrida de Europa.