La temporada turística de 2024 en Ibiza bajará la persiana este fin de semana con el cierre de las grandes discotecas. Nos guste o no, el ocio nocturno es quien lleva el compás de la industria turística en las Pitiusas. Es lo que hay, que diría Ronald Koeman. Y da igual que en noviembre o en marzo estemos a 25ºC, porque a las aerolíneas ya no les interesa volar a Ibiza, la gran mayoría de hoteles están cerrados y es misión imposible encontrar un restaurante abierto en la Marina. En menos de una semana, los empresarios de la oferta complementaria que viven de los turistas que traen las discotecas se marcharán de la isla con los bolsillos llenos para volver, como pronto, en abril de 2025. En cambio, como al anfitrión de una fiesta que se alarga hasta altas horas de la madrugada, a los residentes nos toca en invierno volver a tener el decorado a punto para Semana Santa y que los turistas puedan sentir la magia de es Vedrà, noten cómo se les activan los chakras oyendo los tambores de Benirràs o se untan de barro putrefacto en s’Espalmador. No es fácil conseguir lo que uno se propone. Pues Ibiza lo ha conseguido: modernizó su planta hotelera para atraer a turistas de mayor poder adquisitivo. Unos visitantes que si para cenar se pueden gastar 500 euros por persona, mejor para todos. Y si en vez de ir a un hotel de cuatro estrellas pueden alquilar una villa a 3.000 euros la noche, todos contentos. Una transformación que ha provocado que los precios sean prohibitivos y las familias hayan optado por otros destinos más económicos. Conscientemente o no, hemos desterrado a la clase media de nuestras islas. Tanto los que venían a pasar sus vacaciones aquí, como los trabajadores y residentes. Tenemos lo que nos merecemos.
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