Las mafias de tráfico humano adoptan desde hace tiempo el modus operandi de las mafias de tráfico de estupefacientes. Las ganancias también son suculentas. Lanchas rápidas rezumantes de desesperados, que pagan el pasaje a precio de primera clase transatlántica, cuyos patrones los descargan en la orilla prometida como si fueran fardos de droga. (La orilla de la cultura cristiana y del vino, de la sobrasada y la filosofía, de la democracia y los derechos humanos, claro está, que ambas orillas, tan cercanas, han evolucionado de forma muy diferente.) Luego los patrones salen huyendo a toda velocidad, volando sobre las aguas rumbo a los puertos de Berbería, o tal vez a cobijarse en una nave nodriza en aguas internacionales.
Pero la reciente agresión –embestida, colisión, herramientas a modo de cimitarra, bidón de gasolina en plan frasco de fuego—de tales patrones a efectivos de la Guardia Civil, en las aguas esmeraldinas de Formentera, abre un peligroso precedente en las Islas Baleares.
El tráfico de seres humanos que sueñan con El Dorado europeo se disparó con el bluf de la Primavera Arabe y las intervenciones militares en Siria y Libia, lo cual era absolutamente previsible. Y la traidora postura no explicada del sumo mentiroso Sánchez respecto al Sáhara ha soliviantado a Argelia, desde cuyas costas, a vista de águila desde Formentera, salen miles de migrantes que se la juegan por una vida mejor.
Pero esto que los patrones adquieran los métodos de los chacales narcos del Estrecho, después de las muertes de los héroes de Barbate, muestra que la política de migración hace aguas por todas partes. Y que en las mafias del tráfico humano ya se estila la crueldad de los antiguos piratas berberiscos.