Cuando llegué a la isla, hace ya más de 15 años, muchos de los que me encontré en aquellos primeros días me decían que hay cosas que solo pueden pasar en Ibiza. Ahora, pasado el tiempo, aún de vez en cuando recuerdo esa frase con una mezcla de cariño por todo lo vivido en aquellos tiempos pero también, y al mismo tiempo, con la frustración que nace cuando ves que esta isla, tan mágica y luminosa para todo el mundo, guarda también sombras profundas y cada vez más oscuras. Porque señores, nos guste o no, la historia del desalojo fallido en Can Rova II no es un hecho aislado, sino ese espejo que nos devuelve la imagen de una crisis que ya no cabe bajo la alfombra de lo anecdótico.
Cuando llegué aquí lo hice atraído por la imagen que se vende al mundo de una Ibiza de postal, repleta de playas paradisíacas, gastronomía exquisita, paisajes increíbles, aguas cristalinas y una sensación única de libertad y aunque eso sigue ahí, no nos podemos olvidar que también existe otra Ibiza. La de una isla que madruga para servir cafés, cambiar sábanas, conducir autobuses, limpiar calles, recoger la basura o atender cara al público sin apenas librar un día a la semana. Esa Ibiza que no se ve en los anuncios turísticos pero que sin ella, la otra no funciona. Y es esa Ibiza la que hoy vive en la cuerda floja. Literalmente.
Casos como los del asentamiento ilegal de Can Rova II en el municipio de Santa Eulària y heredero del primero del mismo nombre que había en un terreno de Sant Josep de sa Talaia, nos duele más que nunca porque nos ha servido para ponerle rostro humano al drama. Más de 200 personas, entre ellas niños, mayores y trabajadores esenciales, corren el riesgo de ser desalojados de unas viviendas que aunque son ilegales se han convertido en necesarias para quienes no tienen otra opción. Es cierto que el desalojo fue suspendido, pero no por compasión ni planificación, sino porque el abogado de uno de los residentes movió los hilos lo más rápido posible encontrando un vacío legal. Un paréntesis, un punto y coma, a una situación que es profundamente alarmante.
Es fácil caer en la crítica sin matices, pero la realidad es compleja. El Ayuntamiento de Santa Eulària argumenta que las condiciones en Can Rova II son muy peligrosas, con estructuras inflamables, instalaciones eléctricas irregulares y con alto riesgo de incendio, de electrocución y de colapso sanitario, y es totalmente cierto. Los informes técnicos de quienes acudieron al asentamiento el día en que tenía que haberse producido el desalojo así lo atestiguan pero ante esta realidad, totalmente palpable, es lógico hacerse la pregunta incómoda de que si prácticamente todo el mundo sabía que el paciente estaba grave por qué no se han tomado medidas para sanarlo. O, por qué viendo que el paciente iba a empeorar, no se ha preparado a tiempo el quirófano.
No quiero justificar la ocupación ilegal de un terreno privado ni restar importancia a los riesgos que eso conlleva. Ni tampoco defender sin cortapisas a quienes allí viven al margen de la sociedad sin querer acudir a los servicios sociales de los ayuntamientos. Simplemente, intento llamar la atención de que esas construcciones precarias no son una elección libre por parte de quien malvive allí, sino el último recurso de quien ha sido expulsado del mercado de la vivienda. El último recurso del que ha sido prácticamente expulsado de una isla en la que tener trabajo estable o profesiones cualificadas no te garantiza techo, por duro que suene leerlo. Una isla que no tiene sitio para médicos, policías, profesores, bomberos, camareros, barrenderos o empleadas del hogar. Una isla en la que en ocasiones no basta con tener dos empleos para llevar una vida digna.
Mientras, desde el ayuntamiento se insiste en que se ha ofrecido ayuda a los habitantes de Can Rova II. Qué se han puesto a su disposición recursos y los servicios sociales, pero desgraciadamente esa ayuda es insuficiente. No basta con un parche de unos días porque todos sabemos que cuando se trata de personas en situación de vulnerabilidad, los tiempos son una condena y porque no se puede desalojar sin poderles ofrecer una alternativa digna. Es salir de un pozo para meterte en otro. Y por eso, es necesario y urgente encontrar soluciones reales que se puedan aplicar a largo plazo. Ponerse manos a la obra de una vez por todas con medidas contundentes que intenten acabar con un problema como este que no para de extenderse. Y porque si no se actúa con urgencia, el problema será cada vez peor.
Y todo ello entre una cierta indiferencia entre algunos sectores de nuestra población. Como si los que viven en chabolas lo hicieran por capricho o como si el problema real fuera el feísmo que provocan, la mala imagen que damos al exterior, o que se transmite a los turistas ahora que está a la vuelta de la esquina la temporada de verano. Como si molestar visualmente a todos aquellos que queremos atraer con nuestras pruebas deportivas, nuestra gastronomía, nuestra cultura o promocionando el mejor ocio del mundo, fuera más urgente que proteger a las personas que aquí viven. Y es que no estamos haciendo las cosas bien si la estética pesa más que la ética y, sobre todo, porque la vivienda digna no puede ser un privilegio sino un derecho.
Señores, la solución al asentamiento de Can Rova II no puede ser barrer a las personas junto con los escombros. La solución tiene que pasar por la inclusión, por la transición hacia algo mejor y no por su expulsión sin más. Tenemos que mirar mucho más allá de una chabola y pensar cómo hemos llegado aquí y darnos cuenta que la buena salud de una sociedad se mide por cómo trata a sus más vulnerables y no por como están de limpias sus aceras, lo amplio de un programa de fiestas o por como se pintan calles contratando a artistas de renombre.
Ibiza no puede seguir viviendo de espaldas a su propia realidad. Tiene que mirar a los ojos a quienes sostienen la isla cada día y demostrarles que aquí hay un sitio para ellos. No solo para el que viene tres días, sino también para el que reside. Cuidar a su gente y no solo cuando hay cámaras sino cuando nadie está mirando. Si lo consigue, tal vez entonces, y solo entonces, esta isla mágica empiece a ser verdaderamente justa.