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Opinión

Cuaresma

| Ibiza |

La noche del viernes 28 de febrero de 2025, coincidiendo con la luna creciente del noveno mes del calendario tradicional islámico, dio inicio el Ramadán, mes sagrado para los musulmanes que se extendió hasta el domingo 30 de marzo cuando apareció en el cielo la siguiente luna creciente, abarcando cuatro semanas dedicadas a la adoración de Alá para conmemorar el periodo de tiempo en el que el profeta Mahoma recibió las primeras revelaciones del Corán teniendo especial relevancia durante el mismo el ayuno, uno de los cinco pilares del Islam, que comienza al amanecer y finaliza al atardecer como acto de purificación y que no queda limitado exclusivamente a la comida, sino que abarca los malos pensamientos, los insultos, las mentiras, el sexo o el tabaco. Dentro de este mismo periodo, concretamente el 5 de marzo, se celebró el Miércoles de Ceniza, día en que se marca la frente de los fieles cristianos con la cruz en representación de la mortalidad y la penitencia comenzando para ellos la Cuaresma, periodo de reflexión y preparación para celebrar durante la Semana Santa el triunfo pascual de Cristo sobre el pecado y la muerte. Se daba inicio ese día a cuarenta días que, descontados los seis anteriores, finalizan este domingo con la Pascua de Resurrección, el que sigue a la primera luna llena de la primavera, día en que se conmemora la muerte y resurrección de Jesucristo poniéndose fin así a un periodo espiritual enriquecido en esta ocasión por la gracia del año jubilar.

Lo curioso es que mientras el inicio del Ramadán se anunció a bombo y platillo en los medios de comunicación nacionales y locales, a pesar de que la comunidad islámica, aun siendo cada vez más numerosa entre la población, continúa siendo minoritaria en nuestro país, pocos medios nacionales y ninguno local se hizo eco del inicio de la Cuaresma, periodo relevante para la comunidad cristiana que integra la religión mayoritaria y a millones de fieles en España. Y si bien es cierto que nuestro Estado se configura como aconfesional, tal y como recoge la Constitución en su artículo 16, no menos cierto es que el propio texto de nuestra carta magna reconoce la realidad religiosa de la sociedad española manteniendo las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y demás confesiones, lo que se plasmó en el caso de la primera en el Concordato suscrito con la Santa Sede en 1979. De hecho, la referencia expresa en el texto constitucional patrio a la religión católica se configuró por el legislador constituyente como un acto de reconocimiento de la realidad histórica y social de España, tanto como pueblo como nación, en lo que se refiere a creencias religiosas, perdurando su arraigo en el tiempo con una fuerza sin parangón respecto de otras confesiones igualmente respetables, pero de imposible comparación. Tampoco puede olvidarse que la religión católica constituye uno de los cimientos básicos, junto a la filosofía griega y el derecho romano, sobre los que se construyó la Europa unida tal y como actualmente la conocemos.

Nos sentamos en una mesa a cenar con amigos y familiares la noche del 24 de diciembre para celebrar el nacimiento de Jesús y nos hacen regalos el 6 de enero coincidiendo con su adoración por los Reyes Magos de oriente. Bendecimos a nuestras mascotas el día de San Antonio Abad y celebramos el día del padre el 19 de marzo por ser San José, padre de Jesús, tan apreciado para carpinteros y valencianos. Disfrutamos de las fiestas de nuestros pueblos el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen María, en las iglesias o catedrales cristianas que habitualmente presiden sus principales plazas. También de un festivo el 12 de octubre, día de la fiesta nacional, de la hispanidad y de la Virgen del Pilar, patrona de Zaragoza, como también lo hacemos el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, patrona y protectora de España junto al Apóstol Santiago, cuya visita en peregrinación es llevada a cabo por miles de fieles que caminan a su encuentro hasta la catedral compostelana. Los marineros piden protección a la Virgen del Carmen cada 16 de julio y los músicos a Santa Cecilia todos los 22 de noviembre. Rendimos homenaje y respeto a nuestros difuntos el 1 de noviembre, día de Todos los Santos y, como no, rememoramos en Semana Santa la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Pero de un tiempo a esta parte se aprecia una tendencia generalizada y probablemente interesada a obviar las tradiciones religiosas presentes históricamente en nuestro país para convertirlas en meros divertimentos, días no laborales o lectivos y, en definitiva, en la excusa perfecta para planificar un puente o una escapada sin pararse a pensar en su verdadero significado o cuanto representan al menos para un gran colectivo de nuestra sociedad. Se ensalza más lo ajeno que lo propio hasta el punto de cuestionar y enjuicia la práctica de la religión mayoritaria sobre la que gran parte del pueblo español sustenta su forma de entender la vida en todos los ámbitos, como no en el educativo y formativo, pero también en el económico o social. Se atacan sin respeto alguno las creencias religiosas de esta inmensa mayoría con estampas, panfletos, carteles, manifestaciones, afirmaciones o anuncios sin sentido que erosionan gravemente la necesaria tolerancia debida que tanto reclaman para sí otros colectivos minoritarios, pero que reivindican fervientemente su reconocimiento, tolerancia y protección a todos los niveles. Se ensalzan valores, tradiciones o festividades de otras confesiones religiosas que no guardan relación alguna con nuestra historia e idiosincrasia, pretendiéndose suprimir sin miramientos todo atisbo de simbología cristiana en cualquier lugar de la vida pública mientras se fomenta e impulsa que otros colectivos puedan mostrar con orgullo y sin tapujos sus símbolos en lo que se ha convertido en una clara muestra de apertura, empatía y modernidad. La consecuencia no es otra que la sustitución de la ética, principios y valores cristianos tradicionales por el egoísmo y la superficialidad más decadente en todos los ámbitos de nuestra vida.

Desde que nacemos hasta que morimos nuestra existencia se encuentra ligada irremediablemente a la religión, al menos de una inmensa mayoría de personas, porque ya se sabe que de todo hay en la viña del Señor. Pero que haya quien tenga otra creencia e incluso quien no tenga ninguna no es motivo para atacar el sentimiento religioso de quien la vive y profesa. Respetemos las creencias de todos, también las de los católicos. Vivamos en armonía y concordia, como precisamente se transmite desde la fe que la inspira, pero no caigamos en el error de olvidar la historia que nos une como pueblo y nos moldea como sociedad. Está muy bien eso de recordar el inicio y fin del Ramadán, de comer enormes huevos de chocolate y hasta de ponernos finos a torrijas, pero cuanto menos que se ponga en valor y ensalce la creencia religiosa de quienes en cuyo honor, precisamente, se celebran estas festividades y a cuantos las viven con sentimiento, pasión y devoción sustentando en sus valores y principios su día a día. Aleluya ¡ha resucitado! Feliz Pascua de Resurrección.

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