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Opinión

Demasiado ruido

| Ibiza |

Ruido de maletas, ruido de motores, ruido a puro grito, demasiado ruido. Ruido en la escalera, ruido en los oídos, ruido que no es música, mucho, mucho ruido.

Parafraseando al gran Sabina, al que corearé dentro de unos días en su gira de despedida en Mallorca, la llegada de la primavera en Ibiza se viste de canción protesta. Somos como el fin del mundo al que ella le pidió que la llevara y, como en ese tema, nosotros tampoco terminamos bien.

Parece como si nuestras olas y atardeceres se vistiesen con los nombres de esos desconocidos que colonizan, sin afecto, nuestras playas, calles y descanso.

Los protagonistas de «ruido» se encarnaron ayer en dos seres yermos en mi portal y al cruzármelos los saludé exigiéndoles un «buenos días» o, al menos, un sencillo y austero «hola», que es una palabra fácil de enunciar en cualquier idioma. Su respuesta fue un silencio atronador y un rictus burlón alojado en sus caras. Aparcaron en la acera, tiraron sus despojos al suelo, sin separar los residuos ni levantar la tapa del contenedor en un mínimo acto de civismo. Chillaron aquella noche desde el balcón hasta perder la voz en un lenguaje grotesco y llegaron de madrugada oliendo a oscuridad y despertando a todas las almas que habitábamos el edificio.

Los carteles de «prohibido alquilar pisos a turistas» lloran impotentes colgados en la pared y nosotros ya no sabemos dónde, cuándo, cuántas veces, ni cómo denunciar a esos malnacidos que se forran a costa de nuestra paz y que convierten nuestro paraíso en un estercolero. Mi rellano ha sido ocupado por ocho nuevos pasajeros de este viaje sin retorno del que necesitamos despertar de una vez. Porque no todo vale y porque no todo sirve a cualquier precio.

Pagamos importes obscenos por alquilar una triste habitación, porque acceder a una vivienda digna es imposible. Nuestros amigos no se separan porque no pueden permitirse vivir solos. Proliferan los campamentos ilegales, las caravanas, furgonetas y tiendas de campaña. Los que trabajan no encuentran casa, mientras que quienes nos esquilman sin pudor ocupan las que debieran ser sus moradas. ¡Qué sinsentido que los médicos, policías, maestros o guardia civiles que no nos curarán, que no velarán por nuestra seguridad o educación, rechacen sus plazas en este lado del charco, porque los propietarios de los que deberían ser sus hogares prefieren prostituirlos al mejor postor! ¡Qué pena que no se den cuenta de que su ambición desmedida nos está quitando la vida, poquito a poco, poquito a poco!

Lamento entonar la misma canción una vez más, aunque no sé si es solamente una o si son ya demasiadas, y entiendo que les aburra este estribillo. Créanme que llevo más de veinte años tarareándolo y a mí también me cansa su martilleo, pero necesitamos recordarnos que no nos merecemos esto, que tenemos derecho a ponerle freno, a cambiar las cosas y debemos reclamar a quienes nos visiten que lo hagan siempre de forma legal, desde la educación y el respeto. Les aseguro que no es nada que nosotros, los trovadores trasnochados, no hagamos cuando atracamos en otros puertos.

Tenemos en esta isla grandes hoteles, magníficos hostales, villas y casas turísticas regladas. Establecimientos que pagan religiosamente sus impuestos y garantizar la convivencia y seguridad de sus huéspedes. Contamos con miles de profesionales dejándose los cuernos para mostrar la Ibiza que amamos, esa que no se deja avasallar y que se merece que todos besemos el suelo por el que pisamos.

A todos los demás, a los piratas y bucaneros, corsario y saqueadores, tengan o no pata de palo y parche en el ojo, espero que los cacen pronto, que encierren su avaricia en un gran agujero y que ahoguen sus lamentos en otra orilla o en otro cuento. Menos ruido, ilegales y especuladores, menos ruido.

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