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Opinión

La muerte de El Pintor: la historia que Ibiza no quiere mirar

| Ibiza |

En la Ibiza del lujo donde se sirven cócteles de autor frente a puestas de sol que parecen diseñadas por algoritmos de Instagram o donde se presenta una botella de la marca de whisky Macallan que cuesta 270.000 euros, ha muerto El Pintor. No lo ha hecho en una habitación de lujo con vistas al mar, ni en una mansión de esas que solo salen en las películas, ni tras salir de fiesta saltando de balcón en balcón… de hecho, no ha muerto ni en una mísera cama. Ha muerto solo, sin nadie alrededor y debajo de una planta tóxica conocida como Adelfa en un rincón olvidado de Platja d’en Bossa.

El Pintor tenía un nombre, una historia, y como muy bien recoge David Ventura para un conocido diario de la isla en una fantástica crónica – seria, digna, sin sensacionalismos y sin adornos necesarios– también tenía hijos, nietos y una vida rota por más que para muchos sea otro cadáver más de esos que se encuentran en las calles y sobre los que preferimos no saber. Otro de esos rostros anónimos que jamás importarán a una amplia mayoría de nuestra sociedad.

Porque en esta isla, al igual que en otros muchos lugares del mundo, hay muertos de primera y muertos de segunda. Los primeros llenan portadas, generan clicks y centran debates televisivos, informativos y tertulias de radio, mientras que los segundos se despachan con una nota breve a pie de página y si tienen suerte con una fotografía en la que apenas se ve su cuerpo tapado por quien vino a levantar su cadáver. Y visto lo visto, y leyendo a Ventura, descubrimos que El Pintor pertenecía a los segundos ya que era de esos cada vez más numerosos que no tienen más remedio que vivir de vez en cuando en las calles de esta Ibiza que nos muestra dos caras bien distintas, la del derroche y la del olvido.

Esta muerte es el espejo incómodo de la sociedad actual

Esta muerte no es solo una tragedia personal. Es también el espejo incómodo de una sociedad como la pitiusa que ha aprendido a convivir con la desigualdad como si fuera parte del paisaje. En Ibiza, donde los precios del alquiler alcanzan cifras del todo inasumibles y al mismo tiempo se compran productos y se invierte en cualquier cosa por cantidades fuera de mercado, hay personas que duermen entre arbustos, al lado de supermercados, o en terrazas vacías fuera de temporada, en un drama que, por habitual, ya casi ha dejado de sorprendernos. No es justo decir que los servicios sociales no hacen su trabajo. Lo hacen, y muchos profesionales se dejan la piel todos los días, intentando acompañar, asistir o rescatar a quienes ya casi han dejado de pedir ayuda y se han dado por vencidos. Hay programas, hay recursos y tal vez haya personal, pero a veces todo eso no basta. A veces el sistema no llega o simplemente llega tarde porque detrás de cada historia hay pérdidas, enfermedades mentales, rupturas familiares, desempleo, adicciones, burocracia, precariedad o depresiones severas como parece que era el caso de El Pintor.

Algo que nos demuestra que la depresión no es un simple bajón. Es una enfermedad real, compleja y potencialmente mortal. Muchas veces invisible, pero siempre devastadora. Y si no se detecta, no se trata o no se acompaña, puede arrastrar a una persona hasta la muerte. A veces lo hace poco a poco y sin que nos demos cuenta hasta vernos de un día para otro durmiendo en la calle o perdiendo la vida con la única compañía de un cartón de zumo de melocotón, en un jardín apartado y sin que nadie lo vea o no lo quiera ver.

El pintor era mucho más que un sintecho. Era una persona

Es por eso que El Pintor no era solo un «sintecho». Era una persona. Tenía familia. Tenía historia. Y también tenía amigos que ahora piden algo tan básico como respeto porque lo querían, lo cuidaban e intentaban curarle en la medida de sus posibilidades Todo ello en una declaración de intenciones al mismo tiempo tan simple y tan poderosa. Porque eso es lo que debería hacer una sociedad sana, cuidar, curar y proteger, aunque visto lo visto, algo estamos haciendo mal cuando permitimos que una persona muera de esta manera mientras miramos hacia otro lado.

Porque aunque hay que quien diga que no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado, que hay personas que «eligen» vivir en la calle y que hay decisiones individuales y contextos complejos que hacen que no todo dependa de los voluntarios ni de la administración pública, también sería bueno que pensáramos en que una sociedad que normaliza la exclusión, que se acostumbra a ver tiendas de campaña entre matorrales y cuerpos dormidos en portales sin inmutarse, es una sociedad que ha perdido algo esencial.

A los que vivimos aquí, a los que vienen a hacer la temporada o a pasar unos días de vacaciones nos gusta pensar que Ibiza es una isla de oportunidades, de convivencia y de belleza donde hacerse mil fotos para luego compartir en las redes sociales. Y aunque es cierto que lo es, también es cierto que no podemos dejar de denunciar que a cambio de todo eso cada vez más se prefiere apartar lo feo, lo incómodo o lo que no encaja en el escaparate. Que tenemos dos Ibizas, la que vive pensando en la fiesta para sonreír en redes y la que sobrevive como puede porque no tienen que comer y donde dormir… y ambas están cada vez más cerca aunque no nos guste admitirlo.

El caso es que ahora, mientras el sector del lujo y del postureo sigue su curso el cuerpo de ‘El Pintor’ espera que alguien lo reclame. Y lo cierto es que no tengo demasiadas esperanzas en que nadie vaya a buscarlo, se encargue de enterrarlo o elija la frase de su lápida si es que llega a tener una. Porque mientras leen esto, la vida en la isla sigue su curso, los turistas seguirán paseando, los bares estarán repletos y las redes sociales se llenarán de sonrisas y ‘likes’. Como si nada. Como siempre.

1 comentario

Alderaan Alderaan | Hace 7 meses

Buen homenaje a los indigentes. Pero no has mencionado el motivo detrás de este drama: LA LEY. Una ley que dice que es la persona quien decide si quiere ingresar o no en un centro donde se le pueda tratar. Naturalmente un enfermo mental, como era el caso, no está en condiciones de decidir lo que más le conviene. Y así es como estas personas terminan de esta manera. Peor que los perros, pues estos van a una perrera, donde tendrán techo, comida, veterinario, y cariño... Y lo tendran, por el mero hecho de que no pueden decir que NO.

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