Nueve años.¡Nueve ya! Y aún me parece ayer cuando llegaste al mundo con la voz de Ismael Serrano sonando de fondo y algún que otro susto que lograste vencer con la dignidad callada de quien ya tiene dentro el alma de un superhéroe.
Después vinieron las babas, los pañales, la cuna, los juguetes de goma, la lengua de trapo y más saliva que palabras. Los primeros momentos en que tú sonreías con esos ojos inquietos, tan listos y tan tuyos, mientras el Rober te tendía un dedo y tú se lo agarrabas con toda el alma, como quien inaugura un pacto que ni el tiempo puede romper.
Pequeño crack, Aitor. Has nacido en Ibiza y eso es mucho más que una postal de verano. Es privilegio, sí, pero también una gran responsabilidad. Porque Ibiza es la isla de las playas hermosas y los alquileres imposibles, la isla donde aparcar cuesta casi tanto como estudiar una carrera entera y donde los atascos de agosto son más largos que una siesta sin fin.
Una isla que muchos visitan con prisa, deseando que no cambie pero al mismo tiempo sin verla de verdad y a la que tú, sin embargo, la llevas en los genes. En las raíces y en las suelas de tus zapatillas de correr. No lo olvides nunca, Ibiza es tu cuna pero también tu herencia. La herencia de una madre que, orgullosa hija de esta tierra, presume de su isla como se presume de un poema, sin exagerar, pero con verdad, y que te trajo al mundo con la fuerza de los antiguos pobladores y la ternura de los mares que no se agotan y que entregó, como quien entrega una antorcha, la dignidad de ser pitiuso.
Y por eso, aunque hoy la Ibiza que vemos parezca cubierta de sombras, estoy seguro de que tú ayudarás a que vuelva la luz. Una luz sin focos, sin booking, sin postureo… una Ibiza más tuya, más justa y más de los que aquí viven
que de los que aquí consumen. Una Ibiza que abrace a sus niños y no los expulse con hipotecas ni desalojos. Y es que tú la llevarás dentro como se lleva una canción que no se olvida… como quien guarda bajo la lengua el sabor de una tierra que merece renacer.
Aquí viste por primera vez la sal que se cuela por todos los rincones, aprendiste a correr entre calas, arena y turistas rojos de sol, a esquivar patinetes como un acróbata urbano y a hacerte preguntas tan incómodas como por qué hay casas vacías y gente sin casa o por qué hay niños que no pueden quedarse. Porque conociéndote se que Ibiza te traerá preguntas que responderás sin el miedo con el que ya te enfrentas a todo.
Pero también tienes Madrid en la sangre. Y eso, hijo mío, es otra canción. Porque el cielo de Madrid en un cuadro to’ guapo que no se copia ni se imita aunque cada vez esté más contaminado y porque en sus bares, terracitas y tascas se arregla el mundo con una caña y un vermut sin importar de donde vienes o pa donde vas. Sigue disfrutando de ese Madrid que vive a lo loco, sin freno, sin miedo y con más intensidad que un chotis que bailaba tu bisabuela Trini en Las Vistillas y nunca olvides Aitor que en ese Madriz nacieron tu Lala en la Prosperidad y tu abuelo Rober en la Glorieta de Embajadores y del que por cierto, has heredado esa risa castiza, pillina y juguetona con la que en un futuro te ganarás a la gente.
Madrid es tu otra raíz. Tu raíz de semáforo y terraza la que te ha transmitido un padre con corazón urbanita que cuando volvéis te sigue llevando de la mano por las calles de su infancia como quien recita un poema antiguo o sigue cantando las canciones de los cantautores con los que creció.
Y nunca jamás te olvides de Adobes. Ese pueblo entre Guadalajara y Teruel que parece inventado por un escritor romántico, que en invierno duerme y que en agosto se despierta con la música de una charanga y la risa de esos primos que se desviven por ti. Adobes, ese pueblo donde aprendes qué significa ser libre corriendo como un gamo entre los bosques, donde bailas y cantas hasta la madrugada, juegas al bingo con los mayores y sales orgulloso en procesión por Santa Cristina mientras sueñas con voltear las campanas del campanario cuando seas mayor. El pueblo en el que siempre serás el nieto del Rober, el bisnieto de Leandro, y el niño de mirada brillante que conoce a los duendes del bosque mágico.
Tu, Aitor que saltas entre islas y mesetas, entre playas caras y campos humildes, nunca dejes de ser tú. De ser ese niño que lo pregunta todo, que se sabe los músicos, los actores y los reyes y el que inventa letras como hechizos y garabatea futuros en cualquier servilleta mientras afrontas este mundo extraño que te ha tocado vivir, con sus contradicciones y sus olvidos, con comida de sobra y hambre en las aceras, con juguetes que hacen ruido pero no cuentan historias, con felicidad que se vende a través del wifi y los filtros y en el que se necesitan más niños como tú. Niños que abracen fuerte, que sonrían sin complejos, con los dientes desordenados y el alma en orden y que como tu, sueñen con guitarras, hablen en lengua de trapo, mezclando palabras de tu madre y de tu padre hasta inventar un idioma nuevo donde todo suene un poco mejor.
No cambies nunca. No dejes de soñar, porque soñar en nuestros días es el acto más valiente y el grito más revolucionario. Tú que llegaste a nuestras vidas como un vendaval en apenas nueve años nos has puesto el mundo patas arriba pero también nos has enseñado que la vida, contigo, sabe mejor.
Aitor, eres nuestra luz en tiempos de sombras, nuestra música en la isla del ruido, nuestra semilla en un campo lleno de cemento. Mirarte es creer que el mundo puede cambiar… que todos podemos cambiar.
Ser tu padre es el máster más difícil que he hecho y haré pero también el más hermoso y también el más largo porque jamás lo podré acabar. Y aunque sé que llegará el día de verte volar, hoy todavía no quiero ni imaginarlo. Hoy, cuando cumples nueve años, solo quiero seguir bailando contigo, cantando tu canción y viendo cómo creces con la esperanza en los bolsillos de que otro mundo y otra isla es posible.
Feliz cumpleaños, pequeño crack.
Nueve años y una eternidad por delante.