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Opinión

El desconcierto de una visita

| Ibiza |

Reconozco que cada vez tengo menos fe en las visitas institucionales que llegan desde el Gobierno central. El tiempo y la experiencia me han demostrado que en la mayoría de los casos, al gobernar en Madrid el PSOE y en Ibiza y Formentera el PP, ya ni siquiera se molestan en guardar las formas. La crispación política ha llegado a tal punto de que ni unos ni otros se aguantan y por eso no quieren verse ni en pintura. Una vez más la política como arma arrojadiza en lugar de al servicio del ciudadano.

Es el caso de la visita que realizó este miércoles a Ibiza la secretaria de Estado de Migraciones, de nombre Pilar y de apellido Cancela, y a la que prácticamente nadie en nuestro país, ni por supuesto en las Pitiusas, le ponía cara hasta hace apenas unos días. Al menos hasta que se dejó caer por la isla para, supuestamente, mantener reuniones para abordar la llegada de inmigrantes ilegales en patera a Baleares.

Y sí, Cancela vino, sonrió ante los fotógrafos, anunció ante los medios de comunicación lo que le habían dicho que anunciara y se marchó por donde había venido. Todo con un plan muy justo que no le dejó tiempo para reunirse con los consells de Eivissa y Formentera ni con los ayuntamientos de la isla. Cuestión de agenda o tal vez cuestión de evitar la tentación de que al ser todos ellos del Partido Popular hubiera quien pudiera extraer la idea equivocada de que la colaboración institucional entre gobierno y oposición es posible.

Por ello, Pilar Cancela no quiso o no pudo dejarse caer por la isla de Formentera cuando apenas está a media hora o tres cuartos de hora de ferry de Ibiza y teniendo en cuenta además que nuestra isla vecina es ya el epicentro de la llegada de migrantes desde Argelia a Baleares y su cargo es, precisamente, el de secretaria de Estado de Migraciones y su trabajo, al menos a priori, es conocer, descubrir, investigar y aportar soluciones más o menos concretas a un problema que tiene desbordados a los servicios sociales de las dos islas. Un trabajo que implica bajarse del coche oficial, pisar la tierra caliente, acercarse a la playa donde llegan las pateras, acudir a los centros de acogida y después, lejos de los focos y de los fotógrafos oficiales, mirar a los ojos a quienes están sobre el terreno y ofrecerles ayuda real. No vale con posar, soltar titulares y volver al despacho ordenado y climatizado de Madrid.

Ignoro si la señora Cancela sabe que Formentera vive una presión migratoria inédita y que lleva meses denunciando que no da más de sí. Ignoro porque fue literalmente borrada del mapa institucional en una decisión que ha dolido mucho teniendo en cuenta que no hablamos de postureo ni cortesía institucional. Hablamos de emergencia. Hablamos de menores que no pueden ser acogidos porque no hay más sitio. Hablamos de inmigrantes que llegan y que duermen al raso después de jugarse la vida en una patera desde Argelia tras haber endeudado parte de su vida ante las mafias que operan casi con total impunidad… Hablamos de seres humanos que después de todo lo que han pasado en el mar acaban con los pocos papeles que tienen sobre el capó de un coche mientras quienes les atienden no dan a basto.

Claro que tal vez el puesto no sea el más agradecido. Estoy seguro que para muchos de los que entran en los partidos políticos siendo bien jóvenes, esos que nunca han tenido vida profesional más allá de unas siglas, este puesto de secretario de Estado de Migraciones suena a marrón de los grandes. A problema si no eres vocacional. A dolor de cabeza diario escuchando o viendo como los migrantes no paran de llegar. Un cargo para el que no todo el mundo vale porque hay que mojarse los pies, literal y metafóricamente al ser un tema tan delicado, tan humano y tan urgente como este.

Porque no vale con aprenderse un guion que te han escrito tus asesores y luego decirlo creíble, no vale decir que se va a instalar un radar cuyas siglas casi no sabes ni pronunciar antes de final de año si no vas a ver a quienes lo tienen que usar si es que tienen los medios humanos suficientes. Ni tampoco prometer cosas si no compruebas que no hay efectivos de Cruz Roja, que no hay albergues o que no hay ni un triste protocolo adaptado a las características específicas de una isla pequeña, con servicios limitados y una presión estacional desbordante. Algo que la señora Cancela no quiso ver porque no tenía tiempo o porque simplemente le habían escrito que no era lo más conveniente.

Y lo mismo en Ibiza donde ni siquiera se tuvo la deferencia de convocar al Consell d’Eivissa en una decisión difícil de entender si no es en clave política. En clave de al enemigo ni agua, en clave de que el ciudadano ha de entender que ellos son los malos y nosotros los buenos y aún a costa de seguir asegurando con cara de póker, que «no hay una ruta migratoria consolidada entre Argelia y Baleares». ¿En serio? ¿De verdad? ¿En que mundo vive la señora Cancela? ¿Qué más tiene que pasar? ¿Cuántas pateras hacen falta para que la negación institucional deje paso a la acción? ¿Cuántos informes tienen que salir diciendo lo obvio? ¿Cuántos migrantes tienen que seguir durmiendo al raso? ¿Qué parte de «estamos desbordados» no se entiende?

En Ibiza y Formentera, están desesperados desde hace ya demasiado tiempo porque no caben más migrante ni más menores. Ni más improvisación. Ni más visitas huecas. Lo dicen presidentes insulares como Óscar Portas o conselleras como Carolina Escandell mientras la responsable de migraciones prefiere no verse con ellos o, directamente, los ignora sin darse cuenta de que en este tema no hay partidismo posible. De que cuando una administración no responde, cuando no aparece, el color político da igual. Lo que queda es la sensación de abandono. La sensación de que a Ibiza y Formentera solo se las cita para cosas buenas pero no por temas demasiado incómodos. Ya no basta con decir que «se está trabajando». Hay que venir. Hay que sentarse, hay que dejar de lado colores o siglas y tomar decisiones reales antes de que el paraíso deje de serlo.    Aquí no pedimos milagros. Solo coherencia. Y un poco de respeto. El mismo que se les presupone a quienes ostentan cargos públicos y cobran por ello. No se puede gestionar un problema con aire acondicionado y moqueta. Hay que mojarse los pies. Y en las Pitiusas, ahora mismo, nos estamos mojando hasta las rodillas.

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