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Pensar dos veces antes de hablar

| Ibiza |

En los últimos años parece que hemos olvidado la lección básica de que no todo tiene que ser una batalla política y que no todo se tiene que medir de cara a unas futuras elecciones. Que no todo vale con el fin de conseguir un puñado de votos y que cuando la realidad golpea tan fuerte, lo único sensato es arrimar el hombro. Y es que desgraciadamente, en España en lugar de unidad política, lo que vemos tras cada tragedia es un intercambio de culpas, reproches y frases lanzadas como si fueran piedras que, lejos de resolver nada, solo profundiza el cansancio de una sociedad que espera de su clase política soluciones y no gritos.

En los incendios lo hemos vuelto a comprobar. Mientras el fuego arrasaba hectáreas, hogares y esperanzas, los discursos públicos se llenaban de acusaciones entre administraciones. Lo mismo ocurrió antes con la DANA, cuando el barro todavía cubría calles y se empezaban a contar víctimas. Pasó con el volcán de La Palma, en medio de la incertidumbre de quienes lo habían perdido todo, y se repite hoy con la crisis migratoria. En cada ocasión, en lugar de un plan común sobre el que trabajar, cada partido ha convertido la tragedia en un argumento más contra el contrario con declaraciones cada vez más altisonantes e irresponsables.

El ejemplo de los incendios ilustra bien esta dinámica. Con brigadas exhaustas y familias evacuadas que lo han perdido todo, se han sucedido ruedas de prensa con reproches vergonzantes entre el Gobierno central y las comunidades. La misma mañana en la que se pedía cooperación se lanzaban críticas por la falta de medios con descalificaciones que nos hacen sonrojarnos como llamar «pirómana» a la directora general de Protección Civil, Virginia Barcones, después de que ésta acusara a las comunidades afectadas por los incendios y gobernadas por el PP de haber solicitado «cosas imposibles» al Ejecutivo central. Insultos intolerables en medio de una emergencia que crispan y enturbian la coordinación y la confianza entre quienes, literalmente, se juegan la vida en el frente del fuego.

Con la DANA pasó algo parecido. Cuando todavía había personas desaparecidas y se trabajaba contra reloj en el rescate, la bronca política se coló en el debate. En lugar de centrar el foco en la ayuda y en la gestión de la emergencia, los partidos cruzaron acusaciones en el Congreso y en redes sociales, sumando bulos y teorías conspirativas, que solo añadieron confusión y desconfianza en unos ciudadanos que una vez más veìan como la política era incapaz de estar a la altura.

El volcán de La Palma dejó otra lección amarga. Allí vimos cómo la reconstrucción se convirtió en terreno de disputa. Unos acusaban de lentitud en el pago de ayudas mientras otros prometían miles de millones que nunca han llegado a unas familias que hacían colas y se organizaban para que su voz fuera escuchada sin que desgraciadamente hayan tenido demasiado éxito. Una vez más la política se centró en quién gestionaba mejor la catástrofe mientras nadie se ha detenido a escuchar de verdad a los afectados y a crear un plan coordinado, a largo plazo y transparente.

Hoy, la crisis migratoria es el nuevo terreno de confrontación. El reparto de menores no acompañados ha generado recursos judiciales, ruedas de prensa enfrentadas y declaraciones altisonantes que cambian según el partido que gobierne en un territorio u otro. Baleares, Ceuta, Melilla y Canarias vuelven a pedir auxilio mientras el Gobierno central las ningunea y crea diferencias arbitrarias entre territorios de un mismo país, olvidándose unos y otros que se trata de niños, niñas y adolescentes solos y vulnerables que no eligieron dónde nacer pero que tienen todo el derecho a un mundo mejor. Menores convertidos en menos números para los discursos y acusaciones cuando deberían ser el centro de decisiones sensatas y bien pensadas.

Lo peor de todo es que el patrón se repite. Tragedia, reproches, ruido, y rédito político...una y otra vez, mientras los verdaderos protagonistas, los que sufren y los que de verdad trabajan al pie del cañón, quedan relegados a un segundo plano. Lo peor es que esta dinámica ya no sorprende porque la crispación política se ha normalizado como demuestran datos que aseguran que la polarización en España ha crecido y la desconfianza hacia quien piensa distinto se ha instalado en nuestra vida pública. La política del zasca, del insulto rápido y del titular agresivo ha colonizado el debate pensando en que es rentable en el corto plazo pero sin analizar que es ruinoso para el futuro. Porque sin respeto no hay confianza, y sin confianza no hay acuerdos.

La gran pregunta es cuánto podemos seguir así. Porque no hablamos de debates ideológicos lejanos, sino de cuestiones que volverán una y otra vez. Todos sabemos que incendios, inundaciones, erupciones o migrantes llegando a nuestras cosas seguirán pasando pero seguimos sin pactos de Estado que aseguren una respuesta estable, profesional y duradera, más allá de los ciclos electorales, y por más que lo pidan expertos a los que luego, por cierto, se les tacha de tener una u otra ideología en una señal más de polarización.

Pero visto que son incapaces de ponerse de acuerdo simplemente pido algo mucho más sencillo. Solo les pido que piensen dos veces antes de hablar o de escribir sus discursos para que luego sean interpretados por los responsables de los partidos políticos. Se que parece complicado pero nos iría algo mejor pensando que cada palabra en una comparecencia puede alentar o desanimar, puede aclarar o confundir, puede acercar o dividir. No se trata de ocultar errores ni de renunciar a la crítica, sino de hacerlo de forma responsable, con propuestas y libre de insultos.

Y sin olvidar que al mismo tiempo necesitamos mínimos compartidos que sobrevivan a los cambios de gobierno. Que necesitamos protocolos claros en emergencias, presupuestos blindados para prevención, mecanismos de ayuda a largo plazo y una política migratoria que no se reinvente cada cuatro años. Que necesitamos que la información oficial fluya rápido y con transparencia para evitar que los bulos marquen el relato. Y que necesitamos, sobre todo, que nunca se pierda de vista a las personas que sufren y que trabajan en primera línea, porque ellas son las únicas que no tienen la culpa de nada.

La calma no es pasividad, es eficacia. En lugar de gastar energía en culpas cruzadas, podríamos usarla en lo que sabemos que funciona y que no es otra cosa que sentarse para crear planes de prevención, coordinación y recursos. La oposición tiene que fiscalizar con rigor pero sin gritos, el Gobierno debe rendir cuentas con claridad, y las comunidades han de cooperar con lealtad institucional mientras desde Moncloa no se tiene que ver todo como un argumento del que sacar partido. Si todos cumplen su papel, ganamos todos.

Hay quien dice que no hay nada más subversivo en los tiempos que corren que la sensatez y a esto añado yo que no hay nada más urgente que rebajar la crispación para no lamentar desgracias mayores en una sociedad que ya se siente demasiado polarizada. Y por eso tal vez el primer paso sea el más sencillo de todos… antes de hablar, pensar dos veces. Porque la política, en su mejor versión, no es un ring de boxeo, sino una red que sostiene cuando la vida se viene abajo.

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