Con Juanito de Ca n´Alfredo siempre lo paso en grande y además aprendo. Dicen los sádicos de la enseñanza que la letra con sangre entra, pero en mi nada humilde opinión entra mucho mejor con humor, diversión y placer. Paseando por Vara de Rey y rodando un anuncio en que me cae la del pulpo volvíamos al cine de los espléndidos, educados, mundanos y frívolos húngaros que inventaron el dorado Hollywood donde todo podía hacerse, pero con estilo. Y al fin, fuera de cámara, Juanito se apiadó de mi sed descubriéndome un nuevo cocktail, variación pitiusa del Negroni que me gusta al aperitivo. Palo, gotitas de vermut, campari y resinosa ginebra Xoriguer. Súbitamente la mañana se tornó luminosa y flotaba la sensación Amor Omnia Vinci que te reconcilia con la vida y perdona los pecadillos de las noches en que todas las gatas son pardas. Luego Juanito me confesó que, pese a tanto cacareado lujo, ha notado este verano turistas de peor calidad.
Lo mismo me dice una amiga de frenesí danzante entre las amorosas arenas movedizas de la exposición portmanyí de Karen Hain. Estaba bailando gozosamente en el Universe cuando una clubber la pidió en inglés que dejara de moverse tanto, que no la permitía hacer fotos. ¡Los telefoninos debieran estar prohibidos en las noches de farra! Se pierden el gozo de la espontaneidad al tratar de congelar la realidad, pero que ya te pidan que no bailes en una discoteca es el colmo.
Eso nunca pasa en el Mira del gaucho Sigfrido, donde también preparan estupendos cocktails de alucinógeno mezcal, pinchan música sensual y la fauna variopinta desea ligar. Pues ¿qué otra razón hay para salir de fiesta que danzar y enamorarse por una noche y las mil que vengan?