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La implosión electoral

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante un acto con trabajadores autónomos en Soria | Foto: Europa Press

| Ibiza |

El poder embellece y convierte en carismático a cualquier dirigente político por muchas dudas que puedan suscitar sus capacidades antes de alcanzarlo. Alberto Núñez Feijóo es un buen paradigma. El nivel de exigencia al que se ve sometido es en algunas situaciones incluso superior al del mismísimo Pedro Sánchez. A medida que crecen las expectativas acerca de un dudoso adelanto electoral se detectan de nuevo las inseguridades que se apoderan del Partido Popular ante los momentos decisivos. Ciertamente la posición del líder popular es harto complicada, sometido a la pinza entre el gobierno y Vox, que dificulta sobremanera la proyección de la propia agenda. El fuego cruzado entre Sánchez y Vox contribuye a recrudecer la crispación pública, un estado de opinión que ambos rentabilizan, evidenciando una vez más el hecho de ser colaboradores necesarios contra el adversario común, Feijóo. Balears es el ejemplo de Vox como desestabilizador de la política y las instituciones, que no oculta su incapacidad para gobernar y lo cómodo que se encuentra instalado en el chantaje permanente con sus perturbadas fijaciones contra los inmigrantes y contra la lengua y cultura propias.

A la extrema derecha le importa más denunciar los posibles errores del PP que no los del sanchismo, hasta el punto de que no parece descabellado pensar que los ultras celebrarían una nueva legislatura de Sánchez, cuya primera consecuencia sería la profunda crisis del PP, por no haber conseguido acceder al gobierno, y abriría la puerta a Vox para convertirse en el santo y seña de la oposición. Al margen de los disparates demoscópicos propagandísticos de la empresa del gobierno, CIS, (la mayoría de medios informativos dicen no creerse sus predicciones por mentirosas y manipuladas, pero todos las publican), las encuestas de seriedad contrastada apuntan a un triunfo electoral PP / Vox, una certeza que decantaría a una parte del electorado popular hacia la radicalidad de Vox, en buena medida por el recuerdo de Rajoy y el consiguiente convencimiento de la necesidad de apretar las tuercas a Feijóo. Por si acaso. En ese escenario es posible especular con la negativa de Vox a entrar en un gobierno de Feijóo por el desgaste que pudiera conllevar la gestión de problemas reales que no se resuelven con encendidas proclamas de ardor guerrero, tal como ha sucedido en Balears. Con el mismo objetivo: debilitar al PP con el horizonte de la sustitución.

Algunos analistas se han referido a un posible revulsivo en manos de Feijóo, visto que Sánchez se encastilla en la duración de la legislatura hasta 2027, aún sin presupuestos ni apoyos parlamentarios, ni siquiera legitimidad: la implosión electoral, tomar la iniciativa con el poder autonómico que ostenta el PP y abrir un ciclo de elecciones (un domingo electoral con urnas en Castilla y León y Andalucía, que vienen obligadas, y Balears, Extremadura, Aragón como opcionales) que mostraría el peso electoral de cada opción y permitiría medir con exactitud la correlación de fuerzas entre el PP y la ultraderecha. Los populares dejarían de ser los rehenes presupuestarios de Abascal, no solo en Balears. Un asesor de Margaret Thatcher decía que los líderes deben dirigir al pueblo con sus programas, no que las encuestas dirijan al político.

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