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Llegamos tarde a lo verdaderamente importante

Imagen de la protesta convocada por la Fundación de Atención y Apoyo a la Dependencia y de Promoción de la Autonomía Personal de las Islas Baleares | Foto: Redacción

| Ibiza |

730. Éste podría ser un número sin más que podría estar escrito al azar, pero que sin embargo esconde el terrible dato de las vidas que en Baleares se han apagado en lo que va de año mientras esperaban una ayuda que nunca llegó. Setecientas treinta historias truncadas por un sistema que, aunque se reforma, sigue sin llegar a tiempo. Son vecinos, abuelos, madres, caras que te saludaban con una sonrisa, ese gesto amable del ascensor o del portal o simplemente personas anónimas que soñaron con una vejez un poco más tranquila y no en acabar sus días tras pedir una ayuda que nunca llegó.

En Ibiza y Formentera, el problema duele especialmente. Aquí, donde el ritmo es distinto, donde las distancias parecen cortas pero los trámites son eternos, la dependencia se vive con una mezcla de frustración, resignación y tristeza. Con esa sensación agridulce del que sabe muy bien lo que es cuidar sin ayuda, llenar cientos de papeles, hacer llamadas interminables, esperar una resolución que no llega nunca o comprobar que la Administración va por un lado y la vida por otro. Y es que este verano, el Gobierno presentó con orgullo una reforma de la Ley de Dependencia que, sobre el papel, sonaba de maravilla. Nos vendieron que habría menos burocracia, más servicios, un catálogo ampliado de ayudas e, incluso, un aumento de las prestaciones para los casos más graves. Se prometió agilidad, humanidad y eficiencia pero desgraciadamente, una vez más, las cifras hablan de lo contrario. 338 días de espera de media para una resolución, casi un año, es un dato vergonzante y una eternidad para una persona dependiente. Y es que la dependencia no entiende de plazos administrativos ni de tiempos para que se resuelva un expediente. Porque mientras falta personal en la oficina, hay cambios en el sistema o el papel se mueve por los despachos de mano en mano, la vida sigue, las enfermedades avanzan y las fuerzas se apagan mientras muchas familias hacen lo imposible para sostener lo insostenible.

En nuestras islas, la situación se agrava por la falta de recursos. Hay escasez de plazas en residencias, listas de espera para atención domiciliaria y una rotación constante de profesionales que impide dar continuidad a los cuidados. Nuestra realidad es aún más frágil debido a una insularidad que no es solo una cuestión geográfica sino también emocional y económica. Aquí todo cuesta un poco más, y cuando se trata de dependencia, ese «poco más» puede convertirse en un muro porque ya saben que poderoso caballero es Don Dinero. Pero se trata también de prioridades y de poner en el centro lo que de verdad cuenta y de tomarnos en serio que cuidar bien, a tiempo y con dignidad, tiene que ser una prioridad absoluta en cualquier sociedad que aspire a llamarse humana.

Nadie está a salvo de ser dependiente de alguien

Muchas veces hablamos de la dependencia como si fuera algo que les pasa a otros sin darnos cuenta que todos nosotros, tarde o temprano, seremos dependientes de alguien. Nadie está a salvo de la fragilidad y todos, sin excepción, necesitaremos, en algún momento, que alguien nos tienda la mano. Y por eso, cuando el sistema falla, no solo fallan las instituciones sino que fallamos todos. Porque todos conocemos a alguien que ha tenido que dejar su trabajo para cuidar a un familiar. Personas que pasan noches enteras en vela, que cargan físicamente y emocionalmente con el peso del cuidado y que aunque lo hacen con amor, también lo hacen con un cansancio profundo y con la sensación de estar solas.

Y es que a pesar de los esfuerzos de profesionales entregados, avances en algunas áreas o técnicos que hacen milagros con los recursos que tienen, el problema es estructural. Por mucha voluntad y por mucha vocación que haya, si no se refuerzan los equipos, si no se dota de medios reales a los servicios sociales insulares o si no se acortan los plazos, cualquier reforma será papel mojado mientras nos siguen doliendo los números y el silencio que los acompaña. Mientras nos sigue avergonzando pensar que detrás de cada fallecido en lista de espera hubo un expediente abierto, una promesa en marcha o una familia esperando una llamada que nunca llegó.

Por eso, en Ibiza y Formentera, donde nos enorgullecemos de ser dos islas tremendamente solidarias, no podemos mirar hacia otro lado. No podemos normalizar que la ayuda llegue cuando ya no hace falta. No podemos aceptar que la vejez o la diversidad funcional se vivan como una condena burocrática. No podemos seguir diciendo «ya se hará» cuando de lo que hablamos es de la vida y el bienestar de nuestra gente y porque la dependencia no es solo una cuestión de asistencia social sino de justicia. Y porque mientras sigamos aceptando que cientos de personas mueren cada año esperando una ayuda reconocida por ley, estaremos aceptando que nuestra sociedad no funciona como debería.

Es cierto que, como dicen algunos expertos, el reto de esta reforma no es técnico sino humano. Que no se trata solo de reorganizar presupuestos o simplificar trámites, sino de recordar que este sistema se creó para cuidar, para acompañar y, sobre todo, para que nadie se quede atrás. Y es que cuidar es algo más que atender. Es mirar, escuchar y estar. Es entender que cada día cuenta, que cada retraso puede significar una pérdida irrecuperable.

No podemos ni debernos callarnos

Por eso, cuando leo noticias que nos dicen que más de 730 personas han muerto hasta el mes de septiembre este año en Baleares mientras esperaban una resolución de dependencia, me niego a pensar que nada se puede cambiar. Tal vez sea de inocentes o de ilusos pero claro que se puede cambiar y exigir. Claro que se puede reclamar y también visibilizar. Como periodistas podemos y debemos recordar que quienes hoy esperan una ayuda son quienes ayer nos enseñaron, nos criaron y nos cuidaron. Que cada día que pasa sin una respuesta es un día menos de dignidad para ellos y que ojalá llegue el día en el que podamos escribir y leer que nadie más ha muerto esperando una resolución. Que los papeles ya no pesan más que las personas. Que hemos aprendido, por fin, a cuidar con la urgencia que merece el cariño.

Porque, al final, todo se resume al hecho de cuidar. A cuidar a los nuestros y a cuidar a los que ya cuidaron de nosotros. Y de hacerlo a tiempo. De ser conscientes que cuando llegamos tarde a lo importante, no hay reforma, ni excusa, ni discurso que lo repare. Y que la verdadera grandeza de una sociedad no se mide por lo que promete, sino por cómo cuida a quienes más lo necesitan.

1 comentario

Ibicenco adaptado Ibicenco adaptado | Hace un mes

Amigo Manu..... Llegamos tarde a muchas cosas y seguiremos tarde mientras tengamos políticos a los que solo les importa su bolsillo y poltrona al servicio del capital que los compra... El ser humano se extinguirá por pura estupidez

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