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El muro

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez | Foto: Redacción

| Ibiza |

La Transición consagró el rechazo general a transformar al adversario político en enemigo; hoy el muro levantado por Pedro Sánchez en su discurso de investidura es cada vez más alto y encuentra su razón de ser en la división entre buenos y malos; los primeros, los propios, el resto, el enemigo. Ya en los años treinta del siglo pasado, el gran apoyo intelectual del nazismo, Carl Schmitt, sostenía que toda vida política no se define por la confrontación de programas, sino por la distinción entre amigos y enemigos y la verdadera fuerza política sería la designación del enemigo.

A raíz de la presunta ruptura de Puigdemont con el sanchismo (el teatrillo actualiza el cervantino fuese, y no hubo nada), el gobierno ha quitado importancia al menoscabo de su apoyo parlamentario e insiste en el diálogo; total, Sánchez se jacta sin escrúpulos de poder mantenerse en el poder prescindiendo del Parlamento. Lo desprecia y no tiene ninguna intención de presentar presupuestos del Estado de forma que nadie pueda controlar el uso del dinero público. Por antidemocrático que resulte, se le consiente. El ministro Ernest Urtasun (Sumar) exponía, todo sonrisas, que «hay margen para el entendimiento» con Junts. La presunta crisis de la base parlamentaria del gobierno pone de manifiesto hasta qué punto han prostituido conceptos otrora trascendentales para el funcionamiento del sistema político: diálogo, consenso, reconciliación. Urtasun pertenece a la clase de políticos, izquierda y extrema izquierda, que se consideran en posesión de las verdades fundamentales y miran por encima del hombro al resto de los mortales; son los que han puesto en circulación, como un auténtico mantra, la frase estar en «el lado correcto de la historia», ignorando que ese título del libro del estadounidense Ben Shapiro lleva un añadido descriptivo: «Cómo la razón y la determinación moral hicieron grande a Occidente». El sanchismo y sus aliados se compadecen mal con la noción de moral y peor con la de razón. Sus pactos con la derecha secesionista catalana – 19 veces se han humillado ante Puigdemont fuera de España Santos Cerdán, ahora en prisión, y Zapatero, en nombre de Pedro Sánchez-, con el mismo Bildu con el que Sánchez juraba y perjuraba que nunca se aliaría, en fin con los anti sistema y los partidos que quieren destruir la Constitución; esos pactos han producido una abochornante ley de amnistía, la devaluación de los delitos de sedición y de malversación y la ristra de mentiras y felonías que jalonan sus años de estadía en el poder. No es casual que el más encendido defensor de Sanchez en la comisión de investigación del Senado del caso Koldo, haya sido precisamente Bildu. Entonces, ¿de qué superioridad moral se sienten depositarios…?

El aniversario de la tragedia de Valencia nos ha recordado que de no ser un país fraccionado por el muro, un gobierno normal habría dado un paso al frente para colaborar lealmente con la administración regional. Pero, «si quieren ayuda, que la pidan». Las víctimas, los muertos, en términos de rédito político. Y el gobierno ha ganado el relato, ha esquivado toda responsabilidad, que también la tiene, y la culpa de todo es de Mazón, que debería haber dimitido hace un año, el día después. Pero no sólo Mazón. Ya es imperativo derribar el muro.

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