Mientras Neil Armstrong pisaba la Luna el 21 de julio de 1969 junto a Buzz Aldrin como parte de la misión Apolo XI, en el pueblo español de Minglanillas un grupo de amigos de lo más variopinto se reúne en el bar de la población para presenciar la retransmisión del alunizaje. Nada sorprendidos por la proeza, creen que con algo de dinero y dedicación ellos mismos también podrían fabricar un cohete espacial y emular la gesta. Con el típico «sujétame el cubata» la pandilla se pone manos a la obra constituyendo la Sociedad Anónima de Naves Aeroespaciales, más conocida como la SANA. Tras la construcción del cohete denominado Cibeles I y entrenar al futuro astronauta español al más puro estilo «Elegidos para la gloria» visitan la base de la NASA en la localidad madrileña de Fresnedillas de la Oliva, donde realmente se instaló la estación que estaba en contacto con la misión Apolo XI cuando Armstrong pronunció su famosa frase. Todo está listo para llevar a cabo el despegue y que España entre de lleno en la carrera espacial dándole en los morros a los yankis, pero, claro, con un final inesperado.
Este es el argumento de El astronauta, una comedia española dirigida por Javier Aguirre en 1970 y protagonizada por el inigualable Tony Leblanc, en el papel de Pepe Fernández, junto a actores de la talla de José Luis López Vázquez, Antonio Ozores, Antonio Ferrandis o José Luis Coll, que pone de manifiesto en forma de parodia ocurrente y descarada el evidente antiamericanismo que desde siempre nos ha caracterizado, ridiculizando un acontecimiento histórico de semejante calado como ya ocurriera en el Bienvenido Míster Marshall de Berlanga. En esta ocasión, la correlativa exaltación patriótica deja entrever, bajo una artificial chulería y arrogancia, una verdadera frustración por el atraso nacional frente a los avances tecnológicos y científicos de los americanos. Más de cincuenta años después la situación no ha cambiado demasiado. Ellos continúan siendo los amos del mundo y nosotros, como diría Rajoy, «muy españoles y mucho españoles» o, lo que es lo mismo, honrados, pero pobres.
Todos conocemos de sobra al personaje. Donald Trump dirige la nación de las barras y estrellas mostrando constantemente su deseo de poder, riqueza y gloria al más puro estilo del western americano. Igual propicia el acuerdo de paz entre Israel y Palestina que pretende anexionarse Groenlandia, Canadá o el Canal de Panamá. Lo mismo es condenado como autor de 34 delitos por los tribunales de su país que se postula alegremente a premio Nobel de la Paz. Es capaz de alzar un muro en la frontera con México, liarse a petardazos contra supuestas narcolanchas venezolanas o impulsar una vergonzosa invasión del Capitolio. Pero lo grave es que, a este tarambana, por si no teníamos ya bastante, le ha dado ahora por meternos entre ceja y ceja a cuenta de la exigencia de la OTAN sobre el aumento del gasto militar de nuestro país hasta un 5 % del PIB nacional, lo que supondría invertir un auténtico pastizal adicional de unos 40.000 millones de euros al elevado importe que actualmente ya gastamos en balas y tanques. ¿Se imaginan cuántas cosas de bien podrían hacerse con ese dineral?
Habría que pararse a pensar por qué tanta insistencia en que gastemos más en pistolitas. La respuesta es fácil, porque, aunque se utilice como excusa la idea de resultar necesario armarse hasta los dientes para mantener la paz ante la situación de inestabilidad actual, la realidad es que ese incremento irá destinado a engrosar las arcas de las propias empresas norteamericanas encargadas de fabricar el susodicho armamento bélico. De hecho, miren si es figura el tipo, que mientras se ha negado a seguir donando más material militar a Kiev para su desesperada y desigual lucha frente Rusia, será nuestro país quien, a través de la OTAN, financie la compra de este mismo armamento fabricado por los estadounidenses para servírselo posteriormente a Ucrania. Si es que lo tienen todo pensado. ¡Qué arte!
Para conseguir su interesado objetivo, el carismático presidente americano ha llegado a propagar a bombo y platillo que «España no juega en equipo», olvidándose que en nuestro territorio se encuentra alguna de las bases militares americanas más estratégicas y que, en bastantes ocasiones, hemos sido un socio sumiso rendido a sus exigencias, lo que nos ha acarreado amargas consecuencias. Incluso se ha atrevido a afirmar que no está contento con España porque no ha sido fiel y ha mostrado una actitud increíblemente irrespetuosa al querer aprovecharse de la inversión que sí han hecho el resto de países aliados, llegando a sugerir que seamos reprendidos y castigados por la OTAN. El culmen ha sido amenazar puerilmente a nuestro país con que si no aumenta el gasto en defensa incrementará los aranceles comerciales a la exportación de productos españoles. Es decir, que o te gastas el parné comprándole las armas o lo gastaremos doblemente pagando aranceles por nuestros productos a su hacienda. Vaya, un «tu verás» en toda regla, que eso siempre acojona.
Pero lejos de amedrentarnos con estas amenazas de pandillero, que no hacen más que recordarnos la excusita del hundimiento del Maine, habría que recordarle que Pepe, junto al resto de sus colegas de Minglanillas, construyó una nave espacial con el motor de un Seat 600. Que no producimos teléfonos Iphone o zapatillas Nike, pero sí aceite, queso y vino del bueno. Que aquí dormimos la siesta y nos gusta el flamenquito, pero que también respetamos los derechos de los inmigrantes, de las personas de color y los de cualquier orientación sexual. Que ellos tendrán al Capitán América y a la CIA, pero nosotros a Superlópez y a la TIA. Que la pólvora la usamos en las mascletás, que la sanidad es pública y que no hay tiroteos en los colegios. Pero, sobre todo, que deberían ir pensando en hacer menos la guerra y más el amor hasta en un Simca 1.000. ¡Y olé!
Su artículo me ha recordado más a como está la justicia ahora y lo que se le va a reclamar (ser una nave espacial con un motor de un Seat 600). Las bases de esta sociedad rigen por pilares fundamentales. Educación, sanidad, democracia y como no justicia. Todos ellos impulsados por un desarrollo continuo acorde a los tiempos que nos tocan lidiar. Todos están tocados, pero todos pasan por Justicia, garante de las demás. Gracias por dar voz al desmantelamiento de la base que nos rige y animarlo a seguir denunciando lo evidente.