En estos tiempos en los que están de moda tanto en el cine como en la televisión, las películas y las series que giran en torno a un futuro distópico de la sociedad en general, cabe meditar seriamente en la posibilidad de que ahora mismo estemos ya inmersos en un modo de vida no exento de un cierto grado de distopía. La visión de una sociedad ideal, actualmente es pura utopía, acercándose mucho más a la realidad de un mundo en el que muchas cosas están saliendo y se están haciendo terriblemente mal y eso nos coloca más cerca de una sociedad marcada por la distopía.
Entre las cuestiones que están siendo un gravísimo problema para la sociedad actual, está por supuesto la dificultad ya generalizada para acceder a una vivienda digna y a un precio asequible. La grave situación actual del acceso a una vivienda no está provocada por un solo motivo, son varios los motivos que nos han conducido al actual problema habitacional. Sin duda, la vida en líneas generales resultaba mucho más sencilla cuando la función de cada actividad estaba claramente establecida y el uso que debía darse a cada cosa también. A día de hoy nos vemos inmersos en un mundo en el que casi nada es lo que parece y en el que la función de muchas cosas se ha visto claramente alterada o modificada, por lo que podemos sentirnos afectados por una mentira global.
Antes, las viviendas se construían para que los diversos miembros de nuestra sociedad pudieran residir en ellas, actualmente esas mismas viviendas son vistas como puros elementos a utilizar con el único objetivo de sacarles el mayor rendimiento económico posible. Antes los flujos turísticos se regulaban en base a un número determinado de plazas de los establecimientos hoteleros, siendo esta actividad fácilmente controlable a partir de esta premisa, actualmente y con el permiso indiscriminado otorgado por nuestros gestores políticos, se ha incorporado a la industria turística la vivienda residencial. Antes, la función de los vehículos era facilitar la movilidad de las personas; a día de hoy se utilizan como elementos residenciales, se duerme en los coches, en las furgonetas camperizadas y en las autocaravanas que han pasado de ser elementos para viajar de una forma distinta, a ser elementos fijos para residir y hacer vida en los mismos; por supuesto que de forma involuntaria. Los garajes, en muchos casos ya no sirven para guardar vehículos, ahora se transforman de cualquier manera en habitáculos, en muchos casos infames, en los que albergar a personas.
La avaricia global y la permisividad generalizada, son el origen del grave problema social al que nos vemos obligados a hacer frente y al que hay que derrotar con urgencia, si no queremos vernos y sentirnos como participes reales de esas series televisivas que nos entretienen y muestran un futuro distópico, al que ya hemos llegado. Efectivamente, los derroteros por los que se mueve la actividad inmobiliaria actual, son el producto de diversos errores encadenados cometidos en un pasado muy reciente, que han permitido que muchas cosas hayan cambiado la función o el objetivo para el que fueron ideadas.
Como todos conocemos, el problema habitacional se ha extendido ya claramente a la práctica totalidad del territorio nacional, si bien no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que la situación en nuestras islas de Eivissa y Formentera, es extremadamente grave, fundamentalmente por la limitación territorial que supone ser islas y por tener como motor económico de ambas el turismo. La gravedad de la situación, siendo la misma en ambas islas, se escenifica con mayor claridad en Eivissa ya que es en esta donde afloran sin cesar asentamientos ilegales chabolistas, o de caravanas y autocaravanas.
La afectación directa de la industria turística en el modo de vida de la sociedad insular, unido a la ineptitud de los dirigentes políticos incapaces de adoptar medidas efectivas que permitan corregir errores anteriores cometidos por los mismos, nos conducen a marchas forzadas hacia un escenario para nada deseable. La misma industria que debería permitirnos un modo de vida desahogado, sirve también como argumento para justificar un abusivo y desmesurado incremento de los precios en general, siendo esta carestía de la vida un elemento destacado tanto para turistas como para residentes, resultando especialmente negativo para estos últimos. Los precios en todos los sectores se incrementan cada verano con la llegada de los turistas, pero el encarecimiento de todos los productos lo pagan tanto nuestros visitantes como los residentes de todo el año en nuestras islas; ahora bien, mientras los primeros pagan unos precios altos durante unos días, los residentes nos vemos obligados a pagarlos durante todo el año, ya que pasado el verano nadie recupera los precios anteriores a su inicio.
Queremos como residentes volver a vivir bien con y de nuestra industria turística y no debemos consentir que nuestras islas se transformen en un parque turístico que nos excluya. Para ello basta voluntad y capacidad de gestión política, ambas inexistentes hasta la fecha.