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Poder y paranoia

| Ibiza |

Me temo que Pedro Sánchez empieza a creerse Francisco Franco. La rabieta que exhibe con la sentencia del Tribunal Supremo, como un niño mimado al que no se le toleran todos sus caprichos, muestra un claro desprecio por la separación de poderes. Supongo que «el puto amo» del PSOE (pues así le consideran sus lacayos) alucina en declaradas noches de insomnio con el poder absoluto del dictador. Gobernar durante décadas España como si fuera el amo de un cortijo o un chulo de sauna de luces de neón. Muro entre españoles, censura contra la crítica, prohibición de prensa libre, control absoluto de los que se atreven a investigar los desmanes del poder, jueces sometidos, un fiscal general como esclavo, ah, un nuevo nacional socialismo de adoctrinamiento woke…

La separación de poderes es bastión de la democracia a la que contribuyó decisivamente el viejo Rey, Don Juan Carlos, hoy en el exilio. Es realmente chocante que el principal actor de la Transición no estuviera invitado a la conmemoración de los cincuenta años de la monarquía parlamentaria. Tal vez se tema que mande callar a algún aspirante a tirano entre nuestros predicadores políticos, tal y como hizo con la diarrea verbal de Hugo Chávez, para rabia de los que comen con la hoz y el martillo en vez de cuchillo y tenedor. Se le ofrece un almuerzo íntimo, menos mal, pero que regrese pronto a España, pues la balanza de su reinado ha sido abrumadoramente positiva. Juan Carlos I sí tuvo en sus manos el poder absoluto, pero eligió el camino de la democracia.

Todo lo contrario del felón que presume de demócrata pero aspira al poder totalitario. Afortunadamente Montesquieu no ha muerto del todo.

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