El plan piloto para trasladar los residuos no reciclables de Ibiza y Formentera a la planta de incineración de Son Reus en Mallorca debería haber arrancado en noviembre. Sin embargo, ni lo ha hecho ni se sabe cuándo lo va a poder hacer porque Vox decidió tumbar en el Parlament el decreto ley de proyectos estratégicos que daba cobertura legal a la operación y que estaba pactado entre PP y Vox.
Lo hizo en el último minuto, sin previo aviso, exigiendo concesiones lingüísticas en el sistema educativo que no tenían nada que ver con el contenido del decreto, ni con los proyectos estratégicos y mucho menos con la cuestión de los residuos. Vox no votó contra ese decreto por motivos ambientales, técnicos o económicos. Lo hizo para obligar al Govern del PP a asumir sus planteamientos —a veces incluso obsesiones ideológicas— en materia de lengua castellana. Ya se sabe que a Vox principalmente les importa el castellano y la inmigración. Todo lo demás les resulta secundario.
Ibiza arrastra un problema serio con la gestión de sus residuos, con el vertedero de Ca na Putxa al final de su vida útil. El portavoz de Vox en el Consell d’Eivissa, Jaime Díaz de Entresotos, lo sabe, y seguramente se siente traicionado. Porque él sí ha trabajado sobre el tema, sí ha denunciado el colapso del vertedero y sí ha defendido la urgencia del traslado a Mallorca. Pero sus esfuerzos se estrellan contra el infantilismo político de sus compañeros de filas en el Parlament balear.
Ahí es donde debe mirar. No hacia fuera, sino hacia dentro. El enemigo —en esta cuestión— no es el PP, no es Prohens, no es el Govern. El obstáculo lo puso Vox él solo. Cuando se exige a un socio político que ceda a tu ideología completa, cuando pretendes condicionar políticas públicas urgentes para ganar batallas lingüísticas, lo que haces no es negociar: lo que haces es dinamitar.
Aquí Vox no actuó como socio responsable ni como fuerza de bisagra con capacidad táctica. Actuó como un niño enfadado que decide «si no es a mi manera, no hay decreto». Y así seguimos: con Ibiza esperando, con Mallorca a la expectativa, con técnicos y empresas de brazos cruzados, pero con la basura acumulándose.
Cuando Manuela Cañadas, en el debate del estado de la Comunidad, le dijo a Prohens que «dejara gobernar a Vox», la presidenta le respondió con un mazazo de realidad: para gobernar hay que ganar elecciones. Una frase simple, obvia, pero que Vox parece incapaz de procesar. No representas a la mayoría. No diriges el Govern. No marcas directrices si tu fuerza no alcanza el caudal democrático para hacerlo.
Ser bisagra exige inteligencia estratégica: saber cuándo apoyar, cuándo condicionar, cuándo callar y cuándo tensar. Vox, en lugar de bisagra, ha decidido ser cuña: estorbar siempre que pueda. Y el resultado es el actual: residuos acumulados, problemas urgentes aplazados y una oposición contra el Govern y contra el Consell d’Eivissa en pinza con el PSOE. Sólo eso les debería llevar a la reflexión, a Vox y a sus votantes, que ven incrédulos cómo el partido de Santiago Abascal se presta a ser palanca de la izquierda.
Hoy por hoy, Vox ha demostrado ser parte del problema, en lugar de ayudar en la solución.
Vox es y será siempre el perro del hortelano