Luxe, calme et volupte, nirvana matutino a la orilla del golfo de Tailandia, mientras Mohini la Encantadora revolotea cual mariposa entre las conchas descubiertas por la marea baja. A este lado de Bagdad la cosa religiosa tiene otro acento y, antes que la carta del pecado original, se juegan el karma de cada uno, de Shiva a Shakti, del Buda a Kwan Yin.
De pronto cae un aguacero musical entre la floresta tropical y es la hora de preparar un Mai Tai, más seco de lo que acostumbran los barman del antiguo reino de Siam. También de encender un puro que asombra a las variadas criaturas en proceso detox antes de los excesos navideños. Pues es extraordinario el número de estresados que acuden a sanar cuerpo, mente y espíritu, ayudados por amables indígenas que posiblemente piensan que el resto del mundo se ha vuelto majareta: esclavos financieros de Nueva York o Hong Kong con la cartera llena pero los nervios rotos; científicas hartas de sus compañeros, especializados en un campo pero ignorantes del resto de especias vitales; influencers en busca de víctimas que sepan ver fotos pero no leer; hedonistas y vividores que opinan que es mejor una persa en la cama que no tener alfombra alguna; y reprimidos que empiezan a comprender que cuando se viola un tabú, sucede algo estimulante.
En cierto modo también este nada humilde cronista se está desintoxicando de la bestial corrupción de la vulgar política ibérica. ¡Carajo con los progres que venían a traer decencia y transparencia! Pero prefiero leer a Racionero y Kakuzo, a Maugham y ese griego cachondo que es Taki Theodorocopulos, pues antes que despeñarse en cualquier detox hay que gozar la orgía del samsara: la joya del nirvana está en el loto de la vida.